viernes, marzo 30, 2007

tácticas de cortejo

Viñeta de Forges

No saben, queridas lectoras, cuán curiosas resultan las tácticas de cortejo de los machos dominantes en el parque. Desde mi puesto de observación oculto en las alturas (me he colocado hasta unas ramas frondosas en la ventana y me pongo pintura de camuflaje al entrar al despacho) no dejo de maravillarme ante las técnicas diversas utilizadas por los machos.

Situación uno:
Grupo de adolescentes. Cinco chicos con estética (y supongo que ética) de “malotes”: ya saben, los chicos duros de la clase. Acompañándoles, dos chicas (a las que se sumaría más tarde una tercera). Las chicas jugando el viejo juego de la guapa y la fea. La guapa – que no lo era tanto como se creía - asediada por todo el grupo, y en especial por el malote supremo, como les contaré a continuación. La fea – que con un poco de autoestima y un buen asesoramiento de imagen quizás pudiera estar mejor que la guapa “oficial” – intentando llamar la atención del grupo.
Al parecer, el grupo estaba haciendo algún tipo de trabajo escolar sobre la ciudad, pues estaban trabajando sobre un plano de Gijón que habían desplegado en el suelo. Pero claro, los malotes no iban a rebajarse hasta el punto de hacer su tarea. Se sentaron en los bancos – sobre el respaldo, obviamente, sólo los pringados se sientan en el asiento – y tan sólo uno de ellos ayudó a las chicas a que el trabajo saliese adelante. Ellas, entre tanto, se turnaban en la tarea, pues sobre todo la guapa era constante objeto de las atenciones del jefe de la manada.
El susodicho lo intentó todo: si ella estaba sentada, sentarse a su lado y abrazarla, cogerla por la cintura, apoyar su cabeza sobre su hombro o mirar discretamente - e incluso acariciar – el tatuaje tribal que lucía allí donde la espalda está a punto de perder su casto nombre…; si ella estaba de pie, ir acercándose poco a poco, empujarla, abrazarla, cogerla por detrás, frotarse rítmicamente contra su culo (así como lo oyen, le arrimó la cebolleta cosa fina, sin cortarse un pelo); si ella se iba al kiosco a comprar algo, él rápidamente se abalanzaba tras ella; si ella cogía una bicicleta, él intentaba tirarla… Todo esto adornado con interjecciones y sonidos guturales varios, dado que la profundidad del discurso de semejante gañán no daba para mucho más. La chica se hacía de rogar, de vez en cuando le apartaba o se cambiaba de sitio, pero tampoco parecía que le hiciera muchos ascos al asedio. Ya se sabe, el jefe de la banda (delgado y ágil, como todo buen jefe de banda que se precie) que se interesa por ella, la reputación que eso da, la erótica del poder, etc etc. No importa que el tipo sea feo como él solo ni que las oraciones compuestas sean para él complejos arcanos: está bueno y manda sobre la manada, y eso es suficiente. Apuesto a que tarde o temprano el malote supremo conseguirá su objetivo, si es que no lo ha hecho ya. Y es que hay gente pa tó, como decía el torero. Y tías muy tontas también…

Situación dos.
Grupo de jóvenes opositores, habituales de la biblioteca. Como de costumbre, tras hacer un breve alto para estudiar, vuelven a reunirse en el parque a flirtear, que como ya les expliqué en alguna ocasión, es el motivo principal de su presencia allí (¿y aún habrá padres que se creen que sus hijos se han pasado el día estudiando en la biblioteca?). Ellos ejecutan su danza de amor alrededor de ellas, haciendo girar el círculo, cambiando de posiciones con un paso ágil, adelantándose y retrocediendo con delicadeza… Al verlos desde la ventana, diríase que se trata de alguna contradanza para laúd y tiorba, maravillosamente ejecutada. Ellas revolotean, sonríen e intercambian míradas pícaras las unas con las otras. No en vano, saben de su poder. ¡Demonios, vaya si saben! Son bellas y ejercen como tal, sin dudar en someter a los machos con sus caprichos.
Aquí las estrategias ya son más elaboradas que las del pandillero: para algo tienen que haber servido todos esos años de universidad… Éste recurre al viejo truco de consultar dudas sobre unos apuntes; aquel cuenta sus hazañas etílicas del pasado fin de semana; el de más allá desgrana algunos chistes para hacer reír a las bellas. Pero hete aquí que hay uno en concreto en la manada que destaca por su inteligencia, y propone un juego a la más despampanante: intercambiarse las chaquetas. La cuestión es un tanto ridícula, pues aunque el interfecto es delgado va a ser difícil que no haga saltar las costuras de la ceñida chaqueta de cuero de la estilizada nínfula. Pero el plan, a la postre, se revela diabólico. Por lo pronto, ofrece a toda la manada la visión de uno de esos fenómenos que se podría considerar casi un “expediente X”: ¿cómo es posible que una camiseta tan pequeña pueda tener un escote tan grande?. De repente, es como si una Venus triunfante se hubiera aparecido en el parque. El tiempo parece detenerse. Y como no, ella se recrea en la ceremonia del desvestido: saca pecho, sonríe pícara, sacude la melena, se despereza ante los lentos rayos de sol que acarician el suave vello de sus brazos. Se intercambian las chaquetas, y el muy taimado, mientras se introduce en la femenina cazadora, recibe los gritos, quejas y caricias de la hermosa, que intenta que no rompa la prenda con su rudeza. Ella, luego, se arrebuja en la chaqueta grande mientras pestañea con cara de inocencia, lo que él aprovecha para abrazarla entre risas, gesto que ella recibe con evidente agrado. Que maestro: con un juego en apariencia ridículo se la ha metido en el bolso…Para quitarse el sombrero. Mientras tanto, los otros prosiguen su danza, pero un tanto apagada ya por la eliminación de la dama principal.
Podemos concluir de todo esto que las estrategias de cada cultura para abordar los problemas son diferentes: mientras que en la cultura más primitiva el macho necesitó desplegar una gran actividad física y le llevó bastante tiempo la conquista de la joven hembra, en el estadio de cultura más avanzado el macho utilizó básicamente su inteligencia, con una gran economía de esfuerzo, para llevar a la presa a su terreno. Sea como fuere, al final, todos cumplieron su objetivo. Es fascinante esto del apareamiento de las especies, ¿no les parece?

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jueves, marzo 29, 2007

joder, qué tropa...!

Viñeta de Ortifus

A principios del siglo XX no existía en este país ningún periódico mejor situado para las primicias que el ABC. La redacción se hallaba en el Paseo de la Castellana, junto al palacio de don Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones, y aquellos reporteros que escribían sus crónicas con visera negra y manguitos, en medio del olor a plomo de las linotipias, eran siempre los primeros en enterarse de los cambios de gobierno. No tenían más que asomarse a la ventana y mirar hacia la terraza del palacio para comprobar si estaban puestas a orear las casacas de don Álvaro para la sesión de investidura.
En aquella época la política se cocinaba en los salones de alta sociedad al amparo de apellidos ilustres. Cuentan las crónicas que siendo el conde de Romanones nada menos que primer ministro de su majestad Alfonso XIII, se dejó tentar por la vanidad de ser nombrado académico de la Lengua, distinción intelectual con la que soñaban en la intimidad todos los grandes de España. Lo malo era que había que trabajarse los votos de los académicos uno a uno, algo que para un presidente del gobierno no dejaba de ser humillante, sobre todo porque los académicos ya entonces eran unos señores muy suyos. Aún así don Álvaro cumplió con el Vía Crucis de ir casa por casa y consiguió arrancarles el compromiso del voto. Pero la Restauración era una época enloquecida donde los gobiernos caían antes de llegar a cumplir su mandato y en medio de aquella vorágine el conde de Romanones pasó a ocupar el banco de la oposición, sin abandonar por ello sus ínfulas intelectuales. Su ingreso en la Real Academia se decidió una tarde mientras él asistía en el Congreso a un debate rutinario, al que no debió prestar mucha atención, pendiente como estaba, con el alma en vilo, de los académicos. Pero antes de que acabara la sesión parlamentaria, se le acercó un ujier con el rostro cariacontecido:
-¿Qué ha pasado?, le preguntó.
-Señor conde, no ha tenido usted ni un solo voto.
Fue entonces cuando el político se atusó los bigotes y acordándose, supongo, de las madres de todos los académicos, pronunció aquello de:
-¡Joder, qué tropa...!
Hace unos meses, Mariano Rajoy, en un alarde de ingenio, sacó a relucir la expresión refiriéndose a sus propios compañeros de partido, enzarzados en la guerra a muerte por el feudo de Madrid que mantienen Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. Fue sólo un destello de inteligencia. A partir de aquel momento el líder del PP abandonó los dardos de la ironía fina y se metió en el fango de la España de la caverna con banderas de aguilucho rescatadas de nuestro museo de los horrores y consignas furibundas orquestadas con el himno nacional. Lástima que la lectura de nuestras crónicas parlamentarias no le permita al señor Rajoy ir más allá de la anécdota, para darse cuenta de que con semejante tropa corre el riesgo de acabar baqueteado y sin un solo voto como su admirado conde de Romanones, a quien en un país tan castizo este los académicos de la lengua en lugar de votarle terminaron tocándole los c...

Susana Fortes / Artículo

domingo, marzo 25, 2007

errata


Pues sí.
Este texto contiene una errata.

sábado, marzo 24, 2007

el estilo

Pintura de Edward Hopper

Hoy he leído dos textos, uno de ellos esta mañana, y el otro ahora mismo, y que casualidad, me llaman la atención por la tan distinta manera de hablar de lo mismo. Eso es el estilo. O eso creo yo.

jueves, marzo 22, 2007

abstracción suprematista


El cuadrado negro sobre fondo blanco de Kasimir Malevich.

martes, marzo 20, 2007

¿rumores, dónde?


Ayer pasé por el blog de Chusbg, duende de los extravíos, y leí y vi su post y me quedé sin entender el asunto de la tortilla... no acababa yo de entender eso de un día sin tortilla, ni de comprender a las gallinas manifestándose en contra de las tortillas. Ahora, después de ver la viñeta de Romeu lo he entendido perfectamente... Ay! perfectamente!.

así se juega al ping pong

domingo, marzo 18, 2007

sábado, marzo 17, 2007

diana cazadora

(Fotografía de Juan Peiró)

xv.

Sobra decir que esa mañana no escribí una sola línea. ¿Cómo iba a ocuparme de los amores de Hernán Cortés y la Malinche cuando los míos se complicaban tan misteriosamente? ¿Qué se dieron, qué pudieron darse un rudo soldado extremeño y una princesa cautiva, y tabasqueña por añadidura? ¿Algo más que la alianza política mediante el sexo? ¿Algo más que la unión, verbal y carnal, de las lenguas? En cambio, Diana se fue a filmar un western ridículo a la Sierra Madre y yo me quedé cavilando sobre el placer que por lo visto yo no le había dado a ella, tomándolo sólo para mí.
Por un momento, casi me convencí de que yo era como todos los hombres, sobre todo los latinoamericanos, que buscan su satisfacción inmediata y les importa un puro carajo la de la mujer. Fui mi mejor abogado; me convencí en seguida de que éste no era mi caso, yo le había prodigado calor y atención a Diana Soren, mi paciencia no estaba en duda, mi pasión tampoco. Ella era tan voraz como yo deseoso de complacerla. Si el placer masculino al que ella se refirió esa mañana era el simple, directo de montarla y venirme, jamás lo hice sin todos los preámbulos, el foreplay, que la urbanidad sexual indica para satisfacer a la mujer y llevarla a un punto anterior a la culminación que conduzca, con suerte, al orgasmo compartido, el coito emocionante, hecho por partes idénticas de carne y de espíritu: venirse juntos, viajar al cielo… ¿Fallé en otro capítulo? Los revisé todos. Le pedí felación cuando intuí que ella quería mamar verga, agarrarla de la nuca y acercarla a mi pene levantado como a una esclava dócil era el placer que queríamos los dos. Pero también entendí cuando lo que quería ella era el cunnnilingue lento y asombrado con el que mi lengua iba descubriendo el sexo invisible de Diana, avergonzándome de la obstrusión brutal de mi propia forma masculina, güevona, evidente como una manguera abandonada en un jardín de pasto rubio; en ella, en Diana, el sexo era un lujo escondido, detrás del vello, entre los repliegues que mi lengua exploraba hasta llegar al pálpito mínimo, nervioso, azogado y azorado, de su clítoris de mercurio puro. Los sesenta y nueves no faltaron, y ella poseía la infinita sabiduría de las verdaderas amantes que conocen la raíz del sexo del hombre, el nudo de nervios entre las piernas, a distancia igual entre los testículos y el ano, donde se dan cita todos los temblores viriles cuando una mano de mujer nos acaricia allí, amenazando, prometiendo, insinuando uno de los dos caminos, el heterosexual de los testículos o el homosexual del culo. Esa mano nos mantiene en vilo entre nuestras inclinaciones abiertas o secretas, nuestras potencialidades amatorias con el sexo opuesto o con el mismo sexo. Una amante verdadera sabe darnos los dos placeres y darlos, además, como promesa, es decir, con la máxima intensidad de lo solamente deseado, de lo incumplido. El amor total siempre es andrógino.
¿Ella misma quería que yo la sodomizara? Lo hice de las dos maneras, poniéndola de cuatro patas para entrar por su vagina desde atrás, o lubricando su ano para entrar, desgarrándolo, al capullo de su mayor intimidad. Untos se los di, la regué con champaña una noche, rociándonos los dos entre carcajadas; de su espléndido aroma vaginal de frutas maduras ya hablé; le rocié mi loción masculina en las axilas y entre las piernas; ella me escondió su propio perfume detrás de mi oreja, para que durara siempre allí, dijo; yo mismo la engalané como a una Venus doméstica con la espuma de mi tarro de afeitar (Noxzema) y una tarde de domingo aburrida le afeité los sobacos y el pubis, guardándolo todo en otro tarro abandonado de mermelada, hasta que floreciera o se corrompiera atrozmente, qué se yo…
Acabé riéndome con ganas de todas estas pendejadas, recordando para acabar (lo creí en ese momento) la maravillosa frase del moribundo y cachondo millonario Volpone en la comedia de Ben Jonson:
-A mí me gustan las mujeres y los hombres, del sexo que sean…
¿Era eso lo que nos faltaba: compartir el sexo con otros, era ése el placer al que se refería Diana? ¿Qué quería? ¿Un ménaje à trois? ¿Con quién? ¿Con el stunt man que yo le serví para neutralizar? Entonces, ¿para qué meterlo en una triada? Ella acabaría sola con él; de esa vuelta de tuerca yo no me privaría: la dejaría sola con el hombre que yo serví para alejar, sola con él y sin el ménaje à trois… La partouze, la orgía francesa, tampoco me parecía muy interesante o factible con un viejo actor, una peinadora que mascaba chicle, una austera dama de compañía española, un director chaparro, obeso y barbudo y un cameraman que proclamaba su adhesión al culto de Onán como placer salvador y seguro de las prolongadas locaciones cinematográficas…
¿Con animales?
¿Fetichismo?
El espejo. Quizás no habíamos jugado bastante con los espejos.
No pude desarrollar esta fantasía, porque al mirar al espejo que cubría una de las puertas del closet, miré reflejada la mirada del Vaquero Metafísico, Clint Eastwood, y caí en la cuenta. Ya sabía lo que deseaba Diana.
Desnudos en la cama, esa noche la sentí fría y le pregunté si tenía ganas de hacer el amor.
-¿Por qué mejor no me preguntas si me gusta hacer el amor contigo? –dijo haciéndose un ovillo entre las sábanas.
-Está bien. Te lo pregunto.
-¿Qué?
-¿Te gusta hacer el amor conmigo?
-Tonto –me dijo con su sonrisa más fulgurante, más hoyuelesca.
-A mí me gustaría hacerte el amor en nombre de todos los hombres que te han hecho el amor –le dije acercándome bruscamente a su oído.
-No digas eso –ella tembló un poco.
La tomé de la cintura
-No sé si debo decírtelo.
-Somos libres. No nos guardamos nada tú y yo.
-Hay algo que me gusta de ti. Pretendes que estamos solos cuando cogemos.
-¿No lo estamos?
-No. Cuando nos acostamos yo veo pasar por tu piel a una multitud de hombres, desde tu primer novio hasta tus amantes ausentes pero vigentes…
Miré de reojo la foto de la estrella de Por un puñado de dólares y sentí un escalofrío.
-Sigue, sigue…
Ya no sabía lo que estaba haciendo con mis manos. Sólo conocía mis palabras.
-¿Puede haber sexo sólo entre dos?
-No, no…
-¿Te gusta saber que pienso en todos los hombres que te han gozado antes cuando yo mismo te cojo?
-¿Te atreves a decírmelo?
-¿No lo sabes tú, Diana? ¿No te gusta también?
-No me digas eso, por favor.
-¿No te desilusiono si te digo esto?
-No –casi gritó-. No, me gusta…
-¿Pensar que conmigo se acuestan contigo todos los hombres que te han cogido en tu vida?
-Me gusta, me gusta…
-Creí que no te iba a gustar…
-No digas nada. Siente cómo estoy sintiendo…
-¿Por qué no nos atrevemos a sentir este placer si tanto nos gusta?
-¿Cuál placer? ¿Qué dices?
-Este placer. El que te doy pensando que soy otro, el que tú sientes imaginando que yo también soy otro, admítelo…
-Sí, me gusta, me vuelve loca, no pares…
-Quisiera que todos ellos estuvieran aquí, viéndonos coger a ti y a mí…
-Sí, yo también, no te detengas, sigue…
-No te vengas todavía…
-Es que me estás dando muchas vergas hoy…
-Aguántate, Diana, nos están mirando, todos, desde ese espejo nos miran y nos envidian…
-Dime que a ti también te gusta que ellos nos miren…
-Me gusta que pretendas que lo hacemos solos. Me gusta saber que te gusta…
-Me gusta me gusta me gusta…
Cuando terminamos, ella se volteó hacia mí, entrecerró los ojos grises (¿azules?) como una bruma olvidada y me dijo:
-Que poca imaginación tienes.

Carlos Fuentes / Diana o la cazadora solitaria

viernes, marzo 16, 2007

martes, marzo 13, 2007

utopías para caminar

(Fotografía de Juan Peiró)

Cuenta Eduardo Galeano que estaba con un amigo suyo, Fernando Birri, cineasta latinoamericano, que estaban junto con estudiantes, en Cartagena de Indias, en Colombia, y que un estudiante le preguntó a Fernando que para qué servía la utopía. Y Fernando Birri después de tomarse unos segundos en silencio, comentó: “¿para qué sirve la utopía?, esta es una pregunta que yo me hago todos los días, yo también me pregunto para qué sirve la utopía. Y suelo pensar que la utopía está en el horizonte y entonces si yo ando diez pasos la utopía se aleja diez pasos, y si yo ando veinte pasos la utopía se coloca veinte pasos más allá; por mucho que yo camine nunca, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar.


lunes, marzo 12, 2007

datos que andan por ahí





Leo en el blog tierra de genistas un artículo sobre el uso del móvil y sus consecuencias y me lo traigo para acá. Considero que es importante tenerlo en cuenta y ser más consciente de lo que nos llevamos entre manos cada vez que hacemos uso de este aparatito, en apariencia tan inocente.

sábado, marzo 10, 2007

masa abierta y masa cerrada

Montaje fotográfico realizado por Gonçalo Afonso Dias


Un fenómeno tan enigmático como universal es el de la masa que surge de repente allí donde antes no había nada. Puede que ya se hubieran reunido unas cuantas personas, cinco, diez o doce, no más. Nada se había anunciado, nada se esperaba. Y de pronto todo se llena de gente. Por todos lados afluyen más, es como si las calles tuvieran una sola dirección. Muchos no saben qué ha ocurrido, no tienen nada que responder a ninguna pregunta, pero sí prisa por llegar allí donde está la mayoría. En sus movimientos hay una determinación que se diferencia muy bien del modo como se manifiesta una curiosidad habitual. Se diría que el movimiento de unos contagia a los otros, pero no es solamente eso, hay algo más: tienen una meta, y esa meta está ahí antes de que hayan encontrado palabras para designarla: es la zona de mayor densidad, el lugar donde se ha congregado la mayoría de la gente.
Varias cosas habrá que decir sobre esta forma extrema de la masa espontánea. Allí donde se origina, en su núcleo propiamente dicho, no es tan espontánea como parece. Pero si prescindimos de las cinco, diez o doce personas a partir de las cuales se originó, el resto sí que lo es. En cuanto empieza a existir, desea incrementar su número. La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la masa. Esta aspira a incorporar a todo el que se ponga a su alcance. Quienquiera que tenga forma humana podrá formar parte de ella. La masa natural es la masa abierta: su crecimiento no tiene límites prefijados. No reconoce casas, puertas ni cerraduras; quienes se encierran ante ella le resultan sospechosos. “Abierta” debe entenderse aquí en un sentido amplio: la masa lo es en todas partes y en cualquier dirección. La masa abierta existirá mientras siga creciendo. Su desintegración empezará en cuanto deje de crecer.
Pues con la misma rapidez con la que surge, la masa se desintegra. En esta forma espontánea, es una entidad vulnerable. Su apertura, que le permite seguir creciendo, la pone al mismo tiempo en peligro. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la desintegración que la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un crecimiento acelerado. Mientras puede lo incorpora todo; pero porque lo incorpora todo tiene que desintegrarse.
En oposición a la masa abierta, que puede crecer sin límite alguno, que está en todas partes y precisamente por eso reclama un interés universal, se halla la masa cerrada.
Ésta renuncia al crecimiento y se concentra sobre todo en su permanencia. Lo que primero llama la atención en ella es el límite. La masa cerrada busca establecerse, creando su propio espacio al limitarse; el espacio que va a llenar le es asignado. Es comparable a un recipiente en el que se vierte líquido y cuya capacidad se conoce de antemano. Los accesos a ese espacio están contados y no se puede entrar en él de cualquier manera. El límite se respeta, ya sea de piedra o de mampostería sólida. Quizá sea precisa alguna ceremonia de admisión particular; quizá para ingresar haya que pagar cierta cantidad. Cuando el espacio ya está suficientemente lleno, no se admite a nadie más. Incluso cuando se desborda, la masa densa en el espacio cerrado continúa siendo lo más importante, y quienes se han quedado fuera no forman realmente parte de ella.
El límite impide un incremento incontrolado, pero también dificulta y retarda la desintegración. La masa gana en estabilidad lo que sacrifica en posibilidad de crecimiento. Se halla protegida de incidencias externas que podrían resultarle hostiles y peligrosas. Pero sobre todo cuenta con la repetición. Ilusionada ante la perspectiva de reconstituirse, la masa supera cada vez su propia disolución. El edificio la espera, está ahí para ella y, mientras siga ahí, quienes integran la masa volverán a congregarse de la misma manera. El espacio seguirá perteneciéndoles aun en el periodo de bajamar, e incluso vacío les recordará la pleamar.


Elias Canetti / Masa y poder.

Traducción de Juan José del Solar.

viernes, marzo 09, 2007

este post no tiene título

Estoy entusiasmado con la última razón que da George Bush para bombardear Iraq: se le agota la paciencia. ¡A mí me pasa lo mismo! Llevo un tiempo bastante cabreado con el Sr. Johnson, que vive dos puertas más abajo. Bueno: con él y con el Sr. Patel, el dueño de la tienda de comida naturista. Los dos me miran mal, y estoy seguro de que el Sr. Johnson planea algo horrible contra mí, aunque aún no he podido descubrir el qué. He estado husmeando en su casa para ver qué pretende, pero tiene todo bien escondido, el muy taimado. En cuanto a Patel, no me pregunten cómo lo sé, el caso es que sé de buena tinta que en realidad es un asesino en serie.
He llenado la calle de panfletos explicando a la gente que si no actuamos primero, nos irá liquidando uno a uno. Algunos de mis vecinos dicen que si tengo pruebas, que vaya a la Policía. ¡Qué ridiculez! La Policía diría que necesitan evidencia de un crimen del que acusar a mis vecinos. Saldrían con interminables sutilezas y objeciones sobre los pros y los contras de un ataque preventivo, y mientras tanto, Johnson estaría finalizando sus planes para cometer actos terribles contra mi persona, mientras Patel estaría matando gente en secreto.
Ya que soy el único de la calle con un arsenal decente de armas automáticas, me doy cuenta de que es mi obligación moral el mantener la paz. Pero hasta hace poco ha sido algo difícil hacerlo.
Ahora, sin embargo, George W. Bush ha dejado claro que todo lo que necesito es que se me agote la paciencia, ¡y ya puedo tirar hacia delante y hacer lo que quiera! Y reconozcámoslo, la política cuidadosamente razonada de Bush con respecto a Iraq es la única manera de conseguir la paz y la seguridad internacional.
La única manera segura de parar a los terroristas fundamentalistas suicidas que amenazan a EE.UU. y al Reino Unido es bombardear algunos países musulmanes que nunca nos han amenazado. ¡Por eso quiero volar el garaje de Johnson y matar a su mujer y sus hijos! ¡Ataquemos primero! Eso le dará una lección. Así nos dejará en paz y dejará de mirarme de esa manera tan absolutamente inaceptable.
El Sr. Bush deja claro que todo lo que él necesita saber antes de bombardear Iraq es que Saddam es un hombre desagradable de verdad y que tiene armas de destrucción masiva -aunque nadie pueda encontrarlas-. Tengo la misma justificación para matar a la esposa y a los hijos de Johnson que Bush para bombardear Iraq.
El deseo a largo plazo del Sr. Bush es hacer del mundo un lugar más seguro, eliminando a los estados peligrosos y al terrorismo. Una intención a largo plazo bien inteligente, porque, ¿cómo diablos se sabe cuándo se ha acabado? ¿Cómo sabrá Bush cuándo ha acabado con todos los terroristas? ¿Cuando todos los terroristas hayan muerto? Pero un terrorista sólo lo es una vez que ha cometido un acto de terror. ¿Qué pasa con los futuros terroristas? Ésos son los que realmente hay que eliminar, porque la mayor parte de los terroristas conocidos, como son suicidas, se eliminan ellos solos. El Sr. Bush necesita acabar con todos los que podrían, quizá, ser futuros terroristas ¡No puede estar seguro de lograr su objetivo hasta que cada fundamentalista islámico esté muerto! Pero resulta que algunos musulmanes moderados pueden convertirse en fundamentalistas. Tal vez lo único seguro que quepa hacer, según Bush, sea eliminar a todos los musulmanes. Lo mismo pasa en mi calle. Johnson y Patel son sólo la punta del iceberg. Hay docenas de personas en la calle a las que no gusto y que -lo digo con el corazón- me miran muy mal. Nadie estará seguro hasta que haya acabado con todos.
Mi mujer me dice que a lo mejor estoy yendo demasiado lejos, pero yo le digo que lo único que hago es usar la misma lógica que el Presidente de los Estados Unidos. Con eso le callo la boca. Igual que le ocurre al Sr. Bush, a mí se me ha acabado la paciencia, y si ésa es razón suficiente para el Presidente, también lo es para mí.
Le daré a la calle entera dos semanas -no, diez días- para que salgan a la luz y entreguen a todos los alienígenas y piratas interplanetarios, a los forajidos galácticos y a los cerebros terroristas interestelares, y si no los entregan de buena gana y dicen "gracias", bombardearé la calle entera.
Tan sensato es esto como lo que se propone George W. Bush. Y al contrario de lo que él pretende, mi política sólo destruirá una calle.
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Carta de Terry Jones (de los Monty Python) al London Observer Domingo, 26 de enero de 2003

yo no lo sé de cierto...

Pintura de Mark Rothko

Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
algún día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.
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Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.
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Cualquier día despiertan, sobre brazos;
piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.
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(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)
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Jaime Sabines

miércoles, marzo 07, 2007

el dilema del artista

Sin título, 1950 / Pintura de Mark Rothko


Mark Rothko escribió un conjunto de textos entre los años 1940 y 1941. Se piensa que quizá los escribió con la idea de publicarlos, pero eso no lo sabremos con certeza jamás. Estos textos fueron escritos antes de que pintara ni uno solo de los cuadros que le harían célebre. Cuando los escribió tenía 40 años y era un pintor desconocido. No alcanzaría la fama hasta diez o doce o catorce años después, con sus para mí maravillosas pinturas abstractas.


Los textos, sin terminar de corregir y sin ordenar, fueron guardados por Rothko en el fondo de un cajón. Y consciente o insconcientemente, se olvidó de ellos. Treinta años más tarde, a raíz de su muerte, ocurrida en 1970, fueron encontrados por sus hijos, pero de nuevo volvieron al cajón del olvido durante otros veinte años o más, es decir, todo el tiempo que éstos necesitaron para poner orden en la herencia dejada por su padre.


Al fin, el azar quiso intervenir a favor de estos textos para sacarlos a la luz, y con motivo del centenario del nacimiento del pintor, se ordenaron y se editaron en forma de libro. El título del libro coincide con las palabras que Rothko había escrito sobre las tapas de la carpeta donde los guardaba: Artists Reality, y está dividido en partes o capítulos con los nombres de los temas de que trataba: el dilema del artista; el arte como función biológica natural; el arte como acción; la integridad del proceso plástico; plasticidad; espacio; belleza; naturalismo; tema y contenido; arte, realidad y sensualidad; particularización y generalización; la generalización a partir del Renacimiento; impresionismo emocional y dramático; impresionismo objetivo; el mito; la búsqueda del mito de hoy día; la influencia de las civilizaciones primitivas en el arte moderno; el arte moderno; el primitivismo; arte autóctono.


La realidad del artista es ante todo un libro de reflexiones, de contenido filosófico.



El primer capítulo lo titula El dilema del artista, y comienza así:

¿Cuál es la idea que la mayoría de la gente tiene de los artistas? Si reunimos mil descripciones el balance final es el retrato de un inútil: se le considera infantil, irresponsable, ignorante o estúpido en los asuntos prácticos de la vida.
Esta imagen no supone condena o desprecio. Estos defectos son atribuibles a la intensidad de la preocupación del artista por su fantasía particular y a la naturaleza poco realista de lo fantástico. La cómica tolerancia que se tiene para con el profesor distraído es aplicable al artista. Los biógrafos contrastan la torpeza de sus juicios con sus logros en el terreno de lo creativo y, si bien se murmura sobre su ingenuidad y su picardía, estos mismos calificativos se interpretan como signos de Simplicidad e Inspiración, inseparables compañeros del arte. Y si por un lado se dice que el artista se expresa torpemente, o no está lo suficientemente informado, por el otro se dice que es un privilegiado puesto que la naturaleza ha decidido alejar de él las distracciones mundanas para que pueda así concentrarse en su singular cometido.
Este mito, como todos los mitos, tiene muchos fundamentos razonables. Primero, da testimonio de la creencia popular en las leyes de la compensación: que mientras un sentido gana hay otro que padece. Homero era ciego y Beethoven sordo. La desdicha que esto significó para ellos es una suerte para nosotros en términos de la riqueza de su arte. Pero más importante aún, da testimonio de la prevaleciente creencia en el carácter irracional de la inspiración, ubicando la verdadera clarividencia, vedada a la mayoría de los hombres, en ese espacio entre la inocencia de la niñez y los trastornos de la locura. La idea que prevalece del artista es compatible con la visión de Platón, expresada en Ion en referencia al poeta: “No es posible la invención si al poeta no le ha llegado la inspiración y está fuera de sus sentidos, y su mente ya no habita en él”. Aunque la ciencia, con sus escalas y normas amenaza constantemente con despojar de misterio a la imaginación, la persistencia de este mito es el homenaje involuntario que el hombre rinde a la comprensión de su ser interno como algo diferente de su experiencia racional.
Sin embargo es curioso que el artista nunca se haya quejado de no poseer esas virtudes sin las cuales otros hombres no podrían vivir: la capacidad intelectual, el buen juicio, el conocimiento del mundo y la conducta racional. Se puede incluso decir que ha fomentado este mito. Vollard en sus diarios personales nos dice que Degas fingía sordera para escapar de las discusiones y arengas en torno a temas que encontraba falsos y de mal gusto. Si el tema o el interlocutor cambiaba, su oído mejoraba inmediatamente. Tenemos que maravillarnos ante su sabiduría ya que parece haber intuido lo que ahora sabemos con certeza: que la repetición constante de la impostura es más convincente que la demostración de la verdad. Es comprensible entonces que el artista haya cultivado esta apariencia de tonto, esta sordera, esta torpeza para expresarse, en un esfuerzo por evadirse de los millones de comentarios irrelevantes en torno a su obra. Porque mientras que la autoridad de un médico o un fontanero nunca se cuestiona, todo el mundo piensa que puede juzgar y determinar adecuadamente lo que es y tendría que ser una obra de arte.
No nos engañemos a nosotros mismos con visiones de una época dorada libre de esta cacofonía. Ese brillo dorado no es más que una falsedad artística. Convivimos con la fantasía y sabemos cuán reales pueden parecer los sueños. Y una época como la nuestra, que nos exige una confrontación tan directa con la realidad no nos concederá el placer de la narcotización. Conscientes de que las tribulaciones de los hombres son siempre interiores podemos afirmar que el artista del pasado también tenía motivos para actuar como un tonto loco y de esta manera proteger aquellos momentos de paz cuando podía acallar las demandas de los demonios y consagrarse a su arte. Y si además la naturaleza le adjudicaba la apariencia de un tonto mejor para él, pues el arte del disimulo es muy riguroso.

Mark Rothko / La realidad del artista.

Traducción de Marisa Abdala

lunes, marzo 05, 2007

hola!! soy un virus

Ayer metí la patita bien, bien de bien, reenviando a toda mi agenda de direcciones un correo de esos que siempre hay alguien que te manda creyendo hacerte un favor e invitándote a que se lo hagas a todos tus amigos para que así nos beneficiemos todos y no perdamos nuestros datos ni nos explote el disco duro del ordenata. El correo de marras avisaba de un virus fatal. Lo que no sabía yo era que en realidad el virus fatal somos los internautas bienintencionados que llenamos la red de mensajes con avisos falsos. No te acostarás sin saber una cosa más. En efecto: anoche me acosté sabiendo que puedo llegar a ser un peligrosísimo virus. Quién me lo iba a decir... una huyendo del virus como de la peste y resulta ser que el virus soy yo misma. Bueno, a pesar de todo he dormido bien. Y, qué gracia! hoy me paso por el blog de Peluche, y me encuentro con este "trabajito". Y no puedo aguantarme las ganas de copiarle...

domingo, marzo 04, 2007

ma solitude



ma solitude

Pour avoir si souvent dormi
Avec ma solitude
Je m'en suis fait presqu'une amie
Une douce habitude
Ell' ne me quitte pas d'un pas
Fidèle comme une ombre
Elle m'a suivi ça et là
Aux quatre coins du monde

Non, je ne suis jamais seul
Avec ma solitude

Quand elle est au creux de mon lit
Elle prend toute la place
Et nous passons de longues nuits
Tous les deux face à face
Je ne sais vraiment pas jusqu'où
Ira cette complice
Faudra-t-il que j'y prenne goût
Ou que je réagisse?

Non, je ne suis jamais seul
Avec ma solitude

Par elle, j'ai autant appris
Que j'ai versé de larmes
Si parfois je la répudie
Jamais elle ne désarme
Et si je préfère l'amour
D'une autre courtisane
Elle sera à mon dernier jour
Ma dernière compagne

Non, je ne suis jamais seul
Avec ma solitude
Non, je ne suis jamais seul
Avec ma solitude

(Letra y música de Georges Moustaki)

sábado, marzo 03, 2007