miércoles, marzo 07, 2007

el dilema del artista

Sin título, 1950 / Pintura de Mark Rothko


Mark Rothko escribió un conjunto de textos entre los años 1940 y 1941. Se piensa que quizá los escribió con la idea de publicarlos, pero eso no lo sabremos con certeza jamás. Estos textos fueron escritos antes de que pintara ni uno solo de los cuadros que le harían célebre. Cuando los escribió tenía 40 años y era un pintor desconocido. No alcanzaría la fama hasta diez o doce o catorce años después, con sus para mí maravillosas pinturas abstractas.


Los textos, sin terminar de corregir y sin ordenar, fueron guardados por Rothko en el fondo de un cajón. Y consciente o insconcientemente, se olvidó de ellos. Treinta años más tarde, a raíz de su muerte, ocurrida en 1970, fueron encontrados por sus hijos, pero de nuevo volvieron al cajón del olvido durante otros veinte años o más, es decir, todo el tiempo que éstos necesitaron para poner orden en la herencia dejada por su padre.


Al fin, el azar quiso intervenir a favor de estos textos para sacarlos a la luz, y con motivo del centenario del nacimiento del pintor, se ordenaron y se editaron en forma de libro. El título del libro coincide con las palabras que Rothko había escrito sobre las tapas de la carpeta donde los guardaba: Artists Reality, y está dividido en partes o capítulos con los nombres de los temas de que trataba: el dilema del artista; el arte como función biológica natural; el arte como acción; la integridad del proceso plástico; plasticidad; espacio; belleza; naturalismo; tema y contenido; arte, realidad y sensualidad; particularización y generalización; la generalización a partir del Renacimiento; impresionismo emocional y dramático; impresionismo objetivo; el mito; la búsqueda del mito de hoy día; la influencia de las civilizaciones primitivas en el arte moderno; el arte moderno; el primitivismo; arte autóctono.


La realidad del artista es ante todo un libro de reflexiones, de contenido filosófico.



El primer capítulo lo titula El dilema del artista, y comienza así:

¿Cuál es la idea que la mayoría de la gente tiene de los artistas? Si reunimos mil descripciones el balance final es el retrato de un inútil: se le considera infantil, irresponsable, ignorante o estúpido en los asuntos prácticos de la vida.
Esta imagen no supone condena o desprecio. Estos defectos son atribuibles a la intensidad de la preocupación del artista por su fantasía particular y a la naturaleza poco realista de lo fantástico. La cómica tolerancia que se tiene para con el profesor distraído es aplicable al artista. Los biógrafos contrastan la torpeza de sus juicios con sus logros en el terreno de lo creativo y, si bien se murmura sobre su ingenuidad y su picardía, estos mismos calificativos se interpretan como signos de Simplicidad e Inspiración, inseparables compañeros del arte. Y si por un lado se dice que el artista se expresa torpemente, o no está lo suficientemente informado, por el otro se dice que es un privilegiado puesto que la naturaleza ha decidido alejar de él las distracciones mundanas para que pueda así concentrarse en su singular cometido.
Este mito, como todos los mitos, tiene muchos fundamentos razonables. Primero, da testimonio de la creencia popular en las leyes de la compensación: que mientras un sentido gana hay otro que padece. Homero era ciego y Beethoven sordo. La desdicha que esto significó para ellos es una suerte para nosotros en términos de la riqueza de su arte. Pero más importante aún, da testimonio de la prevaleciente creencia en el carácter irracional de la inspiración, ubicando la verdadera clarividencia, vedada a la mayoría de los hombres, en ese espacio entre la inocencia de la niñez y los trastornos de la locura. La idea que prevalece del artista es compatible con la visión de Platón, expresada en Ion en referencia al poeta: “No es posible la invención si al poeta no le ha llegado la inspiración y está fuera de sus sentidos, y su mente ya no habita en él”. Aunque la ciencia, con sus escalas y normas amenaza constantemente con despojar de misterio a la imaginación, la persistencia de este mito es el homenaje involuntario que el hombre rinde a la comprensión de su ser interno como algo diferente de su experiencia racional.
Sin embargo es curioso que el artista nunca se haya quejado de no poseer esas virtudes sin las cuales otros hombres no podrían vivir: la capacidad intelectual, el buen juicio, el conocimiento del mundo y la conducta racional. Se puede incluso decir que ha fomentado este mito. Vollard en sus diarios personales nos dice que Degas fingía sordera para escapar de las discusiones y arengas en torno a temas que encontraba falsos y de mal gusto. Si el tema o el interlocutor cambiaba, su oído mejoraba inmediatamente. Tenemos que maravillarnos ante su sabiduría ya que parece haber intuido lo que ahora sabemos con certeza: que la repetición constante de la impostura es más convincente que la demostración de la verdad. Es comprensible entonces que el artista haya cultivado esta apariencia de tonto, esta sordera, esta torpeza para expresarse, en un esfuerzo por evadirse de los millones de comentarios irrelevantes en torno a su obra. Porque mientras que la autoridad de un médico o un fontanero nunca se cuestiona, todo el mundo piensa que puede juzgar y determinar adecuadamente lo que es y tendría que ser una obra de arte.
No nos engañemos a nosotros mismos con visiones de una época dorada libre de esta cacofonía. Ese brillo dorado no es más que una falsedad artística. Convivimos con la fantasía y sabemos cuán reales pueden parecer los sueños. Y una época como la nuestra, que nos exige una confrontación tan directa con la realidad no nos concederá el placer de la narcotización. Conscientes de que las tribulaciones de los hombres son siempre interiores podemos afirmar que el artista del pasado también tenía motivos para actuar como un tonto loco y de esta manera proteger aquellos momentos de paz cuando podía acallar las demandas de los demonios y consagrarse a su arte. Y si además la naturaleza le adjudicaba la apariencia de un tonto mejor para él, pues el arte del disimulo es muy riguroso.

Mark Rothko / La realidad del artista.

Traducción de Marisa Abdala

2 comentarios:

chusbg dijo...

Que razón tiene este hombre cuando habla del mito de la compensación, es a veces tanta la riqueza del artista que para no sentir mucha envidia tenemos que crearnos un mito, la supervivencia es asi de práctica y precisa, que conscientes algunos artistas, aunque, pienso que existe este tipo de persona sabia en todos los órdenes de la vida, que se dan cuenta que los otros les van a odiar y se fabrican una molestia para, valga la redundancia, no molestar y seguir haciendo camino sin ser molestados, no creen quizás en el mito de la compensación pero tienen claro que existe y les puede perjudicar, esas personas son doblemente sabias, creando y viviendo, dos de las disciplinas más difíciles de la vida.

Yo, sinceramente, no le he cogido el truquillo a su pintura, lo cual, pienso que es muy natural, dados mis escasos conocimientos, pero si me ha gustado mucho lo que expresa y su manera de hacerlo.

Un saludo

Petrusdom dijo...

Son dos mundos: el artista y su obra, a veces dos mundos muy alejados. Una obra de arte te impacta o no te impacta, lo demás es hacer literatura. Yo cuando veo las paredes al aire libre de un edificio derruido, con sus paredes interiores descoloridas, balcones descolgados, me impactan y las retengo con mi cámara fotográfica.
Rothko me impactó y tu/vuestro blog me interesa. Gracias.