Nada está escrito y nada se conoce de antemano en el amor. ¡Salvo que sea un amor no consumado, porque en ese caso sí sabe uno a qué atenerse! El amor cortés, que interesó mucho a Jacques Lacan, es un invento de los tiempos del feudalismo cristiano, cuando la homosexualidad ya estaba un poco pasada de moda. En esta forma de amor un tanto peculiar, la Dama es un ser idealizado, colocado en un pedestal, inalcanzable; es fría, inhumana y siempre dice no. Podemos imaginárnosla con el rostro de la Cruela de Vil de Los 101 dálmatas.
Según Lacan, ¿para qué sirve el amor cortés? El galán corteja a su Dama, pero no lo hace para “consumar” nada. En esta historia el sexo queda postergado sine die, pero no se trata solamente de un juego de seducción, pues el galán se consagra por entero al servicio de su elegida. Un comportamiento bastante enigmático, sobre todo para la humanidad del siglo XXI, acostumbrada a multiplicar las conquistas en las discotecas y a llenar el carrito en el hipermercado. Algunos observadores de la vida contemporánea aseguran que la castidad se está poniendo otra vez de moda (¿información o intoxicación informativa?), pero ¿no se deberá más al sida y a la hepatitis B que a consideraciones morales?
El amor cortés es un misterio para el psicoanálisis: no es un resultado de la moralidad, porque la historia demuestra que a la humanidad, la moral le importa un pepino. Lo máximo que se puede decir es que el amor casto resulta útil para sublimar: para escribir poemas, por ejemplo, porque la gente de la Edad Media tenía formas inteligentes de distraerse. También sirve para espabilar a los tíos, para que aprendan a dar pasitos de baile, porque si no, esos palurdos no pensarían más que en cazar o beber. Y de él procede la cortesía, aunque está claro que el hombre es un inútil y es imposible educarlo.
De hecho, esta utilidad del amor oculta el hecho de que “no hay relación sexual”, como sentencia Lacan. ¿Qué quiere decir esta frase? Quiere decir que el acto sexual no se puede enmarcar en un sistema de representaciones. Cuando el hombre y la mujer copulan, este acto no crea ninguna identidad: no explica que el hombre pueda tenerse por hombre o la mujer por mujer. La mejor prueba es que en general repiten, y ya sabemos que uno no repite las actividades en las que fracasa. Como los protagonistas no se entienden, no puede haber diálogo, lo que explica nuestro déficit de conocimientos sobre el sexo. Podríamos preguntarnos incluso si no es precisamente ese déficit de conocimientos sobre la relación sexual lo que lleva a ciertas personas a acumular diplomas y títulos, o incluso, en el caso de los más ambiciosos, a inventar la ciencia.
El amor cortés excluye el sexo, y por eso no nos damos cuenta de que la historia no se sostiene. Evidentemente es una simulación, pero Jacques Lacan alaba su elegancia. Además, verse falto de algo no está desprovisto de cierto encanto. Porque, en realidad, ¿qué desea el galán? Desea desear, profesa a su Dama un amor platónico, incorpóreo por naturaleza; su objeto de pasión carece de realidad carnal, motivo por el cual es un amor inhumano. En la poesía, según observa Lacan, esta inverosímil conexión ha creado escuela. Dante está locamente enamorado de su Beatriz, pero nunca habla con ella; Beatriz se impone como el Otro absoluto, sublime, y por tanto desconocido e inaccesible. Dante, aparte de no tocarla, lo único que recibe de ella es un aleteo de pestañas. La caída de ojos de la hermosa Beatriz es la improbable causa de toda la obra del poeta: del mismo modo que, según la moderna “teoría de las catástrofes”, el aleteo de una mariposa puede provocar un ciclón en el otro extremo del planeta.
No son sólo los hombres quienes se consagran al servicio de una dama. Un caso de Freud comentado por Lacan, el de “la joven homosexual”, demuestra que algunas mujeres pueden hacer lo mismo. Se trata de una muchacha joven que se consagra con devoción al amor de una mujer a la que corteja, asumiendo a su lado el papel del hombre. Ahora bien, el objetivo de este amor ideal es provocar al padre, porque este la ha decepcionado al engendrar con su madre el niño que la hija esperaba de él. Es algo que está dentro del orden de las cosas, pero la muchacha tiene celos y decide demostrar al padre lo que es amar, amar de veras. Y para ello no se anda con chiquitas, ya que no duda en tirarse desde un puente bien alto (al final se salva) ante los ojos de su padre cuando su amiga amenaza con romper. La caída de la joven es un “paso al acto” que alude al nacimiento del niño, que también cae (es parido, arrojado al mundo): el niño es el nudo gordiano de esta historia, y al otro lado del niño, está el falo. La joven no puede tenerlo (de su padre), y por eso decide serlo (para su dama). Podemos reformular del siguiente modo la lógica de esta joven, a la que más habría valido saltarse alguna clase en el instituto que dedicarse a saltar desde los puentes: “No he podido tener un hijo de mi padre, como sustituto del falo que yo no tengo; ya que las cosas son así, encarnaré el falo con mi persona y se lo restituiré* a una mujer, la cual, por definición, carece de él”.
CONCLUSIÓN DE UNA HISTORIA SIN CONSUMACIÓN POSIBLE: El amor cortés es un juego en torno al tener y al ser; más allá de eso está el Nada, que para Lacan es bastante más que nada. El galán que revolotea en torno a su dama sin llegar a conseguirla nunca demuestra que dar un rodeo es la mejor forma de acercarse a lo esencial.
* Es lo mismo que sucede con Tintín en El cetro de Ottokar, donde nuestro héroe restituye al muy seductor rey de Sildavia lo que este necesita para tener poder, es decir, para reinar: nos referimos al cetro, instrumento fálico donde los haya.
Según Lacan, ¿para qué sirve el amor cortés? El galán corteja a su Dama, pero no lo hace para “consumar” nada. En esta historia el sexo queda postergado sine die, pero no se trata solamente de un juego de seducción, pues el galán se consagra por entero al servicio de su elegida. Un comportamiento bastante enigmático, sobre todo para la humanidad del siglo XXI, acostumbrada a multiplicar las conquistas en las discotecas y a llenar el carrito en el hipermercado. Algunos observadores de la vida contemporánea aseguran que la castidad se está poniendo otra vez de moda (¿información o intoxicación informativa?), pero ¿no se deberá más al sida y a la hepatitis B que a consideraciones morales?
El amor cortés es un misterio para el psicoanálisis: no es un resultado de la moralidad, porque la historia demuestra que a la humanidad, la moral le importa un pepino. Lo máximo que se puede decir es que el amor casto resulta útil para sublimar: para escribir poemas, por ejemplo, porque la gente de la Edad Media tenía formas inteligentes de distraerse. También sirve para espabilar a los tíos, para que aprendan a dar pasitos de baile, porque si no, esos palurdos no pensarían más que en cazar o beber. Y de él procede la cortesía, aunque está claro que el hombre es un inútil y es imposible educarlo.
De hecho, esta utilidad del amor oculta el hecho de que “no hay relación sexual”, como sentencia Lacan. ¿Qué quiere decir esta frase? Quiere decir que el acto sexual no se puede enmarcar en un sistema de representaciones. Cuando el hombre y la mujer copulan, este acto no crea ninguna identidad: no explica que el hombre pueda tenerse por hombre o la mujer por mujer. La mejor prueba es que en general repiten, y ya sabemos que uno no repite las actividades en las que fracasa. Como los protagonistas no se entienden, no puede haber diálogo, lo que explica nuestro déficit de conocimientos sobre el sexo. Podríamos preguntarnos incluso si no es precisamente ese déficit de conocimientos sobre la relación sexual lo que lleva a ciertas personas a acumular diplomas y títulos, o incluso, en el caso de los más ambiciosos, a inventar la ciencia.
El amor cortés excluye el sexo, y por eso no nos damos cuenta de que la historia no se sostiene. Evidentemente es una simulación, pero Jacques Lacan alaba su elegancia. Además, verse falto de algo no está desprovisto de cierto encanto. Porque, en realidad, ¿qué desea el galán? Desea desear, profesa a su Dama un amor platónico, incorpóreo por naturaleza; su objeto de pasión carece de realidad carnal, motivo por el cual es un amor inhumano. En la poesía, según observa Lacan, esta inverosímil conexión ha creado escuela. Dante está locamente enamorado de su Beatriz, pero nunca habla con ella; Beatriz se impone como el Otro absoluto, sublime, y por tanto desconocido e inaccesible. Dante, aparte de no tocarla, lo único que recibe de ella es un aleteo de pestañas. La caída de ojos de la hermosa Beatriz es la improbable causa de toda la obra del poeta: del mismo modo que, según la moderna “teoría de las catástrofes”, el aleteo de una mariposa puede provocar un ciclón en el otro extremo del planeta.
No son sólo los hombres quienes se consagran al servicio de una dama. Un caso de Freud comentado por Lacan, el de “la joven homosexual”, demuestra que algunas mujeres pueden hacer lo mismo. Se trata de una muchacha joven que se consagra con devoción al amor de una mujer a la que corteja, asumiendo a su lado el papel del hombre. Ahora bien, el objetivo de este amor ideal es provocar al padre, porque este la ha decepcionado al engendrar con su madre el niño que la hija esperaba de él. Es algo que está dentro del orden de las cosas, pero la muchacha tiene celos y decide demostrar al padre lo que es amar, amar de veras. Y para ello no se anda con chiquitas, ya que no duda en tirarse desde un puente bien alto (al final se salva) ante los ojos de su padre cuando su amiga amenaza con romper. La caída de la joven es un “paso al acto” que alude al nacimiento del niño, que también cae (es parido, arrojado al mundo): el niño es el nudo gordiano de esta historia, y al otro lado del niño, está el falo. La joven no puede tenerlo (de su padre), y por eso decide serlo (para su dama). Podemos reformular del siguiente modo la lógica de esta joven, a la que más habría valido saltarse alguna clase en el instituto que dedicarse a saltar desde los puentes: “No he podido tener un hijo de mi padre, como sustituto del falo que yo no tengo; ya que las cosas son así, encarnaré el falo con mi persona y se lo restituiré* a una mujer, la cual, por definición, carece de él”.
CONCLUSIÓN DE UNA HISTORIA SIN CONSUMACIÓN POSIBLE: El amor cortés es un juego en torno al tener y al ser; más allá de eso está el Nada, que para Lacan es bastante más que nada. El galán que revolotea en torno a su dama sin llegar a conseguirla nunca demuestra que dar un rodeo es la mejor forma de acercarse a lo esencial.
* Es lo mismo que sucede con Tintín en El cetro de Ottokar, donde nuestro héroe restituye al muy seductor rey de Sildavia lo que este necesita para tener poder, es decir, para reinar: nos referimos al cetro, instrumento fálico donde los haya.
Corinne Maier / Preocuparse es divertido.
2 comentarios:
“El amor cortés, que interesó mucho a Jacques Lacan, es un invento de los tiempos del feudalismo cristiano, cuando la homosexualidad ya estaba un poco pasada de moda. En esta forma de amor un tanto peculiar, la Dama es un ser idealizado, colocado en un pedestal, inalcanzable; es fría, inhumana y siempre dice no.”
¿Invento del feudalimos? Yo que pensaba que eso se había inventado con el chat... jajaja, porque anda que no hay mujeres a las que les gusta tener al hombre pendiente... y no se acaban de entregar. En fin, pero pasado el tiempo veo que, en esos casos, tiene más “culpa” el hombre” que la mujer por no hacerle saber lo que desea y tomar una decisión si las cosas siguen igual.
“El galán que revolotea en torno a su dama sin llegar a conseguirla nunca demuestra que dar un rodeo es la mejor forma de acercarse a lo esencial”. Ala “tío”, quédate tú con lo esencial y déjame a mí la “carne”!!!, jajaja.
Un beso.
Curiosa teoría, la de Lacan, curiosa.
Me encanta eso de que "El amor cortés excluye el sexo, y por eso no nos damos cuenta de que la historia no se sostiene". Entonces, volvemos a lo mismo de siempre: lo llamamos amor, pero queremos decir sexo.
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