domingo, agosto 28, 2005

(II) ¿QUÉ ES EL AMOR?


ALCIBÍADES, "EL HOMBRE DE DESEO" QUE AMA EL SABER
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Hablemos de amor, asunto que interesa a todo el mundo y que nos afecta tanto más cuanto no deja de decepcionarnos. La vedette de esta sección será Alcibíades, quien, no contento con ser guapo e inteligente, es cínico, ambicioso y rompecorazones. Este hombre de múltiples cualidades estaba destinado a regir la vida política de Atenas en el siglo V antes de nuestra era, pero prefirió convertirse en el yoyó de la ciudad: se exilió, fue condenado a muerte, reclamado de nuevo y vuelto a expulsar. Alcibíades es un provocador que desempeña un papel político ambiguo, pero eso no le impide gustar, y gustar mucho. Es alguien verdaderamente subversivo.
Alcibíades es uno de los personajes centrales del Banquete de Platón; en este texto, uno de los más citados de nuestra cultura, los participantes hablan de amor, y únicamente de amor. Lacan desempolva la obra para devolverle su frescura, y hay que reconocer que sobresale en el empeño. El Banquete, nos dice, no es lo que la gente vana cree, sino que es un texto entreverado de una peculiar literatura que hasta no hace mucho circulaba de tapadillo. El sexo preocupa bastante a los comensales de esta cena temática donde se reúnen unos cuantos caballeros que se dedican a beber como cosacos y que en lugar de ponerse a entonar canciones regionales terminan pronunciando un discursito. En Grecia, este tipo de reuniones era una simpática tradición entre amigos. En medio de la velada irrumpe Alcibíades, totalmente borracho. ¿Y qué se cuenta? Según Lacan, Alcibíades relata sus vanos intentos de seducir a Sócrates, labor en la que no se puede negar que se empleó a fondo. Lo curioso, según nuestro psicoanalista, es que esta confesión pública de un invertido nos ha sido transmitida a lo largo de los siglos a través de clérigos: ¿ingenuos o cómplices? No se sabe; pero las recientes noticias que han sacado a la luz el amor demasiado intenso de ciertos eclesiásticos hacia las tiernas almas encomendadas a su cuidado podrían hacer que la balanza se inclinara por la segunda hipótesis.
Estamos en pleno melodrama: Alcibíades explica su vida porque lo está pasando mal, y aprovecha para montarle una escenita a Sócrates. El chico está al tanto del interés que Sócrates profesa desde hace tiempo a su sex-appeal, porque ¿quién puede resistirse al bello Alcibíades? Pero quiere más, quiere una señal del deseo de Sócrates, una prueba. Y Sócrates se niega; por decirlo claramente, se niega a enseñarle el sexo. ¿Por qué? Lacan explica que no es que Alcibíades no le guste, al contrario; lo que pasa es que Sócrates sabe que el amor es una ilusión y que el deseo de Alcibíades se dirige a algo que está más allá de él.
¿Qué es el amor? Los convidados al banquete, a los que Lacan, no sin humor, califica de “panda de locazas”, van tomando la palabra uno tras otro para definirlo. Nos referimos al amor entre varones, que los griegos de buena familia practicaban sin problemas porque era de buen tono. Esto no significa que se olvidaran de la mujer, pero el objeto de amor idealizado era el hombre, el muchacho. Hay que reconocer que en aquella época, como añade Lacan con un guiño, los chicos no estaban embrutecidos por la escuela pública, gratuita y obligatoria. Eran los buenos tiempos y los jóvenes eran hermosos. Pero hay una cosa que no ha cambiado desde entonces: en el amor hay algo que no encaja, y eso precisamente es lo que interesa al psicoanalista. El amante (sea cual sea su sexo) tiene algo que le falta, pero no se sabe qué es; y el amado no está en mejor situación, porque posee algo oculto que seduce al otro pero tampoco sabe qué es. Ese algo oculto es un agalma, un objeto valioso, disimulado dentro de un envoltorio: el objeto del deseo. Cuando el amor es recíproco, cada uno de los protagonistas es a la vez amado y amante y la disimetría es doble. “Lo que a uno le falta no es lo que hay oculto dentro del otro”, declara Lacan. Huy, huy, huy! Parece que el amor es algo tan complicado como el cubo de Rubik, ese objeto de culto de los años ochenta: nos pasábamos horas manipulándolo hasta llegar a la conclusión de que la mayoría de los jugadores eran incapaces de devolver las diferentes casillas a su posición de partida.
Y es que la cosa no puede funcionar de ninguna manera, porque dos personas que se aman no son las dos mitades de una naranja predestinadas a reconstruir su unidad. Un hombre y una mujer nunca suman uno, advierte Lacan. El amor es cojo por naturaleza. Si pudiéramos imaginar el amor como un ser fuerte, editoriales de novela rosa como Arlequín se verían abocadas a la bancarrota. Tampoco esperemos que el psicoanálisis nos proporcione un remedio, ya que su objetivo no es conseguir que la persona tumbada en el diván recupere su supuesta capacidad para la afinidad instantánea, el absurdo amor al otro por sí mismo, que es algo que no existe. El psicoanálisis es un proceso de desencantamiento y no un apaño para salvar a la pareja, que por lo tanto no tiene más remedio que aguantar como buenamente pueda, es decir, mal. Más en general: el objetivo de la experiencia analítica es arruinar la felicidad, ya que el analizante, cuando tiene unos cuantos años de diván a cuestas, empieza a albergar dudas en lo que respecta al amor.
CONCLUSIÓN DE ESTE DIFÍCIL CAPÍTULO: Creer que uno es amado por sí mismo, por lo que es, es una ilusión. Si estamos de acuerdo con Napoleón, para quien, “en cuestión de amor, lo valeroso es la huida”, ¿debemos concluir que cuando alguien se cree Napoleón lo hace para huir de su pareja.
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SÓCRATES EL ESCANDALOSO, EL PRIMERO EN APOSTAR POR LA TRANSFERENCIA
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Acabamos de conocer al bello Alcibíades, pero el personaje central de El Banquete de Platón es Sócrates. Así lo describe Lacan: Sócrates llega tarde al banquete porque se ha perdido por el camino; y siempre que se pierde, este hombre se para en seco y se queda un rato en un rincón, apoyándose en un solo pie. Esta noche se ha quedado plantado en el vestíbulo del vecino, entre el paragüero y el perchero. Pero este tipo tan raro, ¿Quién lo ha invitado?
En realidad, este chalado que aparece de no se sabe dónde se ha invitado a sí mismo. Pero no es un cualquiera, ni mucho menos. Es alguien que ha armado multitud de líos, hasta el punto de que a los atenienses no se les ha ocurrido nada mejor que condenarlo a muerte para librarse de él. Por lo visto, corrompía a la juventud. (Entre paréntesis: si el lector desea librarse de alguien, acúselo de pedófilo, ¡el método sigue funcionando!) Ahora bien, Sócrates no es famoso simplemente por su afición a los muchachos jóvenes; además de eso es el inventor de la ciencia, entendida como cierta coherencia del discurso.
Sigamos viendo a Lacan, que describe a Sócrates con extrema viveza. Sócrates sólo pensaba en hablar, y en hacer que los demás hablaran, sobre lo justo y lo injusto, lo par y lo impar, lo mortal y lo inmortal, lo caliente y lo frío... Una verdadera cotorra. Además, como creía en la inmortalidad, resulta que Sócrates continúa hablando en el más allá, o al menos así se imaginaba él la vida eterna. Evidentemente, como su única obsesión era hablar, no se interesaba por los demás, por sus contemporáneos. Se mantenía al margen, porque sabía que la clave del amor radica en no saber.
Entonces, ¿qué hace Sócrates en el banquete? Se escuda detrás de Agatón, joven frívolo y banal que forma parte de los invitados. “A quien tú deseas es a él, no a mí”, viene a decirle a Alcibíades, que continúa insistiendo. Sócrates se enfrenta a su pretendiente y le propone: “!Ocúpate de tu deseo!”. Según explica Lacan, con estas palabras, Sócrates propone a Alcibíades un camino que va del Otro (el propio Sócrates, aureolado por el saber que le atribuye Alcibíades) al otro (Agatón). Sócrates es pues la primera persona de la historia que apuesta por la transferencia.
La transferencia es una forma de amor: este es el tema que desarrolla Jacques Lacan. En cuanto una persona se dirige a otra, se produce una transferencia. Esto no sucede únicamente en el diván del psicoanalista: es algo que pasa a menudo, en todas partes. Hablar de uno mismo con alguien, de forma un poco seria y prolongada y presuponiendo un saber en el interlocutor, conduce automáticamente a enamorarse de esa persona. El psicoanalista debe saber que el amor de transferencia de la persona tumbada en el diván no se dirige a él sino a alguien o algo que no es él. Por lo tanto tiene que abstraerse, eludir cualquier suposición de ser objeto de deseo para el analizante, pues sabe que el deseo de este no le está destinado.
¿Adónde queremos llegar con todo esto? A la conclusión de que el psicoanalista, como el filósofo, tiene que negarse a ser amable, o a ponerse en el lugar del que es amado. Del mismo modo, el psicoanalista no cree saber algo: al contrario, encarna el vacío que hay en medio del saber. Pero el psicoanalista no deja de estar presente por el hecho de amar y de no saber. Está, y está de una forma que actualiza el enigma de lo que quiere, como le sucedía a Sócrates. Según Lacan, en este preciso momento el psicoanalista debe tender un espejo vacío al analizante, para que este aprenda a leer en él las figuras de su propio deseo.
UNA OBSERVACIÓN: Aunque El Banquete comentado por Jacques Lacan permite desmontar el mecanismo de la transferencia, no hay que concluir que todo analista sea un Sócrates. ¡Basta con ver la cara de algunos profesionales del inconsciente que acostumbran a salir por la tele! * Y tampoco quiere decir que Sócrates fuera el primer analista de la historia: la verdad es que tenía cosas mucho mejores que hacer.
CONCLUSIÓN: El psicoanalista tiene que borrarse a sí mismo. Es como si dispusiera de una máquina con que retocar la realidad a voluntad. Con la diferencia de que el psicoanalista usa la goma para borrarse a sí mismo...

*”Profesional del inconsciente”, evidentemente, es un oxímoron, esa figura de estilo que consiste en unir dos palabras que no tienen nada que ver. No se puede ser un “profesional del inconsciente”, porque el inconsciente, por definición, se nos escapa.
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"LA ESCUELA DE LAS MUJERES" (MOLIÈRE) O DEL LUGAR DE LA MUJER EN EL AMOR Y EN OTROS ÁMBITOS
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Salta a la vista que las penas de amor (¡las de los demás!) son un poco ridículas en sus excesos, sobre todo si pensamos en la persona, corriente al fin y al cabo, que las causa. Para Lacan, el aspecto cómico del amor se hace visible en La escuela de las mujeres de Molière. La obra trata de un vejestorio y de una niña, Inés, que el hombre se reserva para sus últimos años, cuando ella estará en la flor de la edad; el viejo manda que la eduquen al margen de cualquier contacto con los hombres y con las realidades del amor. Protegida por una campana. Hoy esta decisión nos resulta un poco extraña, porque todo el mundo se educa del mismo modo, en la escuela pública, que promueve unos ideales que a veces, reconozcámoslo, parecen un poco desfasados.
Permítasenos un pequeño paréntesis personal sobre la escuela: ¿Será una especie de resistencia a ese “para todos”, al mecanismo uniformizador de la educación generalizada, el motivo de que algunos psicoanalistas envíen a sus hijos a la escuela privada y elitista, que alardea de sus métodos educativos presuntamente innovadores? ¿O será que el psicoanalista, después de pasarse años en un diván, se ha acostumbrado a pagar mucho dinero sin tener siempre en cuenta lo que recibe a cambio de él?
Pero volvamos a nuestro vejestorio y a la mirada que Lacan proyecta sobre él. Construyéndose un objeto a su medida, el viejo hace un cálculo sobre el amor, o como mínimo lo intenta, ya que, evidentemente, no consigue controlarlo. Enseguida vemos que la que controla la situación es la muchacha, Inés, y que Arnolfo no podrá conseguirla. Es ilusorio pensar que podemos conocer los misterios del amor, pero muchos lo intentan a pesar de todo...siempre son hombres, claro. Las mujeres, deseosas de conservar el secreto de sus encantos, son mucho más prudentes.
Es verdad que el psicoanálisis proporciona cierto conocimiento sobre el amor, pero es un conocimiento parcial. Tiene que ver con dos elementos: en primer lugar, la pérdida del goce, porque para amar hay que renunciar a algo, lo que explica el arranque de Arnolfo en La escuela de las mujeres: “¿Tengo que mesarme los cabellos?”. Por otro lado, el psicoanálisis ayuda a conocer los requisitos del amor. Son distintos para cada persona, pero existen, ya que el amor exige ciertas afinidades inconscientes entre un hombre y una mujer: una mirada determinada, el matiz de una voz, una sonrisa enigmática, etc.
Pues sí, son este tipo de detalles los que explican que uno siempre termine con la misma clase de pareja. La acuciante cuestión que obsesiona a los enamorados: “Le gusto, pero ¿qué le gusta a él o a ella de mí?”, debería contestarse de esta manera: a él, o a ella, le gusta de ti una parte del cuerpo, como demuestra la metáfora bíblica de la costilla de Adán. Uno se fija en el otro para obtener su “plus de goce” particular. Según Lacan, el hombre y la mujer no se encuentran, y cada uno de ellos se limita a intentar apropiarse de una parte del cuerpo del otro. Nuestras historias de amor nos resultan incomprensibles porque van dejando un poso de detalles, y aún más incomprensibles nos resultan las de los demás, que a veces parecen ir contra todas las reglas del sentido común. Por ejemplo, ¿quién entiende por qué el príncipe Carlos prefirió siempre a la arrugada Camilla en lugar de a la joven y bonita Lady Di? Los requisitos del amor, tan cruciales, ocultan el hecho de que “no hay relación sexual”, frase lacaniana que es imprescindible repetir para dárselas de enterado y que explicamos más adelante.
Así pues, no hay manual de instrucciones para el amor. Aún así, es necesario que uno de los dos miembros de la pareja se adapte al otro, y esta tarea recae en la mujer. Lacan asegura que la mujer se acomoda a la fantasía masculina, y para encajar con ella debe hacer bastantes concesiones, desplegando una mascarada que le permita adaptarse al casting sugerido por su compañero. En la pareja mandan el hombre y su deseo, y la mujer debe hacer gala de una flexibilidad enorme para armonizar con el inconsciente de su compañero, lo cual le permite entenderse con hombres muy diversos. Según Lacan, la capacidad de adaptación de la mujer es “ilimitada”. Si aún no estamos convencidos, sólo necesitamos leer la biografía amorosa de Brigitte Bardot (la cuenta ella misma en sus Memorias), constelada de hombres muy distintos, para apreciar en toda su medida la plasticidad de la mujer.
¿Qué nos sugiere hoy en día esta teoría de Lacan? ¿Ha quedado desfasada? Si la mujer no puede escapar a la universalidad del fantasma masculino, ¿habrá que concluir que la liberación de la mujer no ha comportado ningún cambio? Si fuera así, se entendería que algunas feministas radicales militen contra la relación sexual: si los hombres no se acostaran con las mujeres, dejaría de haber problemas entre los sexos. Lo cierto es que sí se ha dado una cierta evolución en las costumbres, porque ahora las mujeres pueden cambiar regularmente de “director de fantasías masculino”, un lujo que nuestras abuelas difícilmente podían permitirse.
Guste o no guste a las mujeres, y lo utilicen o no para vivir como les plazca, lo que dice el doctor Lacan, inspirándose en Lévi-Strauss (el antropólogo, no el fabricante de vaqueros), es que las mujeres ocupan una posición de objeto. Es como si la mujer pasara del orden del padre al del marido; según Lacan, la mujer circula entre los árboles genealógicos. Y es que la familia es una institución patriarcal, cuya única utilidad es regular el intercambio de hembras: el hombre que toma una mujer a otra familia debe una hija a la siguiente generación.
Ahora bien, ¿debemos concluir que el psicoanálisis es misógino? Lo es, pero en un grado mucho menor que los círculos de la política o de la economía. El psicoanálisis, en el siglo XX, ha sido probablemente la profesión que más espacio ha reservado a las mujeres que la ejercen. Las mujeres han efectuado contribuciones importantísimas a la especialidad, como es el caso de Mèlanie Klein, Hélène Deutsch, Françoise Dolto y muchas otras. ¿Por qué? Tal vez porque la mujer ocupa una posición de objeto, sí, pero el psicoanalista ocupa esta misma posición en la cura, lo cual no tiene nada de vergonzoso porque su función consiste en encarnar un punto vacío para que lo utilice el analizante. ¿Será que el psicoanalista y la mujer libran un mismo combate? Sea como sea, hoy en día el psicoanálisis es una profesión bastante feminizada, hasta el punto de que Lacan, siempre tan cortés y amable, aseguraba que Freud había dejado el psicoanálisis “en manos de las mujeres, y quizá también en manos de los mentecatos”... Sin comentarios.
POR LO TANTO: El amor elimina el saber; cuando alguien ama, es porque no sabe. La divina Marlene Dietrich, siempre lúcida a pesar de excederse con el tabaco emboquillado, decía: “Amo a Francia con un amor que no puedo explicar del
todo, lo que demuestra que es un amor verdadero”.
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LA DAMA DEL AMOR CORTÉS
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Nada está escrito y nada se conoce de antemano en el amor. ¡Salvo que sea un amor no consumado, porque en ese caso sí sabe uno a qué atenerse! El amor cortés, que interesó mucho a Jacques Lacan, es un invento de los tiempos del feudalismo cristiano, cuando la homosexualidad ya estaba un poco pasada de moda. En esta forma de amor un tanto peculiar, la Dama es un ser idealizado, colocado en un pedestal, inalcanzable; es fría, inhumana y siempre dice no. Podemos imaginárnosla con el rostro de la Cruela de Vil de Los 101 dálmatas.
Según Lacan, ¿para qué sirve el amor cortés? El galán corteja a su Dama, pero no lo hace para “consumar” nada. En esta historia el sexo queda postergado sine die, pero no se trata solamente de un juego de seducción, pues el galán se consagra por entero al servicio de su elegida. Un comportamiento bastante enigmático, sobre todo para la humanidad del siglo XXI, acostumbrada a multiplicar las conquistas en las discotecas y a llenar el carrito en el hipermercado. Algunos observadores de la vida contemporánea aseguran que la castidad se está poniendo otra vez de moda (¿información o intoxicación informativa?), pero ¿no se deberá más al sida y a la hepatitis B que a consideraciones morales?
El amor cortés es un misterio para el psicoanálisis: no es un resultado de la moralidad, porque la historia demuestra que a la humanidad, la moral le importa un pepino. Lo máximo que se puede decir es que el amor casto resulta útil para sublimar: para escribir poemas, por ejemplo, porque la gente de la Edad Media tenía formas inteligentes de distraerse. También sirve para espabilar a los tíos, para que aprendan a dar pasitos de baile, porque si no, esos palurdos no pensarían más que en cazar o beber. Y de él procede la cortesía, aunque está claro que el hombre es un inútil y es imposible educarlo.
De hecho, esta utilidad del amor oculta el hecho de que “no hay relación sexual”, como sentencia Lacan. ¿Qué quiere decir esta frase? Quiere decir que el acto sexual no se puede enmarcar en un sistema de representaciones. Cuando el hombre y la mujer copulan, este acto no crea ninguna identidad: no explica que el hombre pueda tenerse por hombre o la mujer por mujer. La mejor prueba es que en general repiten, y ya sabemos que uno no repite las actividades en las que fracasa. Como los protagonistas no se entienden, no puede haber diálogo, lo que explica nuestro déficit de conocimientos sobre el sexo. Podríamos preguntarnos incluso si no es precisamente ese déficit de conocimientos sobre la relación sexual lo que lleva a ciertas personas a acumular diplomas y títulos, o incluso, en el caso de los más ambiciosos, a inventar la ciencia.
El amor cortés excluye el sexo, y por eso no nos damos cuenta de que la historia no se sostiene. Evidentemente es una simulación, pero Jacques Lacan alaba su elegancia. Además, verse falto de algo no está desprovisto de cierto encanto. Porque, en realidad, ¿qué desea el galán? Desea desear, profesa a su Dama un amor platónico, incorpóreo por naturaleza; su objeto de pasión carece de realidad carnal, motivo por el cual es un amor inhumano. En la poesía, según observa Lacan, esta inverosímil conexión ha creado escuela. Dante está locamente enamorado de su Beatriz, pero nunca habla con ella; Beatriz se impone como el Otro absoluto, sublime, y por tanto desconocido e inaccesible. Dante, aparte de no tocarla, lo único que recibe de ella es un aleteo de pestañas. La caída de ojos de la hermosa Beatriz es la improbable causa de toda la obra del poeta: del mismo modo que, según la moderna “teoría de las catástrofes”, el aleteo de una mariposa puede provocar un ciclón en el otro extremo del planeta.
No son sólo los hombres quienes se consagran al servicio de una dama. Un caso de Freud comentado por Lacan, el de “la joven homosexual”, demuestra que algunas mujeres pueden hacer lo mismo. Se trata de una muchacha joven que se consagra con devoción al amor de una mujer a la que corteja, asumiendo a su lado el papel del hombre. Ahora bien, el objetivo de este amor ideal es provocar al padre, porque este la ha decepcionado al engendrar con su madre el niño que la hija esperaba de él. Es algo que está dentro del orden de las cosas, pero la muchacha tiene celos y decide demostrar al padre lo que es amar, amar de veras. Y para ello no se anda con chiquitas, ya que no duda en tirarse desde un puente bien alto (al final se salva) ante los ojos de su padre cuando su amiga amenaza con romper. La caída de la joven es un “paso al acto” que alude al nacimiento del niño, que también cae (es parido, arrojado al mundo): el niño es el nudo gordiano de esta historia, y al otro lado del niño, está el falo. La joven no puede tenerlo (de su padre), y por eso decide serlo (para su dama). Podemos reformular del siguiente modo la lógica de esta joven, a la que más habría valido saltarse alguna clase en el instituto que dedicarse a saltar desde los puentes: “No he podido tener un hijo de mi padre, como sustituto del falo que yo no tengo; ya que las cosas son así, encarnaré el falo con mi persona y se lo restituiré* a una mujer, la cual, por definición, carece de él”.
CONCLUSIÓN DE UNA HISTORIA SIN CONSUMACIÓN POSIBLE: El amor cortés es un juego en torno al tener y al ser; más allá de eso está el Nada, que para Lacan es bastante más que nada. El galán que revolotea en torno a su dama sin llegar a conseguirla nunca demuestra que dar un rodeo es la mejor forma de acercarse a lo esencial.

* Es lo mismo que sucede con Tintín en El cetro de Ottokar, donde nuestro héroe restituye al muy seductor rey de Sildavia lo que este necesita para tener poder, es decir, para reinar: nos referimos al cetro, instrumento fálico donde los haya.
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¿PUEDE AMAR EL HOMBRE RICO?
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En el amor, uno da, recibe, toma... ahora bien: ¿el qué? Es este no sé qué lo que está en cuestión, precisamente. ¡Algunos no pueden dar porque tienen demasiado, porque son ricos! El rico ya existía antes del burgués, que fue una creación más tardía del dios Capital. Y es fácilmente reconocible: gasta, gasta escandalosamente, gasta tanto que, a su lado, los nuevos ricos de la Rusia actual parecen unos tacaños. Su credo es “más bonito, más caro, más vistoso”. Antiguamente, más que un credo, era incluso un deber.
En la actualidad sigue habiendo ricos, pero los de hoy en día ya no gastan, o gastan menos que antes. ¿Qué hacen con su dinero? No puede ser que todo vaya a parar a las fiestas un tanto repetitivas de la jet set. Y es que el rico ha cambiado: ahora cuenta lo que gasta, y además es alguien que cuenta.
La figura del rico llamó la atención a Lacan, quien relata una divertida anécdota. Habla de un hombre muy rico (que además es protestante, y como sabemos, para esa gente es muy importante el triunfo social; aunque no sólo para ellos, claro). Un buen día, el rico atropella a una jovencita con su cochazo. Es una chica guapa, hija de portera, que acepta fríamente las excusas del conductor. Como una cosa lleva a la otra, el hombre la invita a cenar, y cuanto más se hace ella de rogar, más enamorado está él. Al final se casa con ella y la cubre de joyas, que todas las noches van a parar a la caja fuerte. Un buen día, ella se marcha con un ingeniero sin un céntimo.
¿Cuál es, para Lacan, la moraleja de esta historia? La siguiente: ser rico no compensa; el rico tiene tanto dinero que ningún gasto puede afectarle. Cuando el rico ama, lo único que puede hacer es negar algo, cosa que le molesta y aún molesta más a los demás. Es decir, el rico no carece de nada y por lo tanto le resulta muy difícil amar, porque para amar hay que tener una carencia que supuestamente el otro colmará. El rico no está capacitado para el amor: ¡ya lo dijo hace dos mil años un agitador de Galilea conocido como Jesús! Al contrario de lo que piensa la sabiduría popular, según la cual la muchacha más hermosa del mundo no puede dar más que lo que tiene, en el amor uno da lo que no tiene, es decir, la falta de ser. Es esta falta la que circula en el amor, ya que, según la pesimista formulación de Lacan, “amar es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere”.
PROBLEMA: Según Lacan, el dinero puede provocar impotencia. Y como analizarse equivale a sentir cierta forma de amor, el rico que inicia un análisis tiene ciertas dificultades. Por lo tanto, el rico es torpe en la cama y en el diván: casi nos alegramos de ser pobres...
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Corinne Maier / Capítulo II de Preocuparse es divertido.
Traductora: Zoraida de Torres Burgos

6 comentarios:

Tempus Fugit dijo...

Hummm, hacía años que no leía, o me mencionaban a Lacan... ¡qué tiempos aquellos!

Muy interesante, reitero. ¿Es parte de una tésis doctoral?

Anónimo dijo...

Jajajaaaa, no es una tesis doctoral, o en todo caso no es "mi" tesis doctoral.
Tempus Fugit, se trata de un libro que estoy leyendo: se titula "Preocuparse es divertido", escrito por Corinne Maier, que es economista y psicoanalista. Igual sí que recuerdas su libro anterior: "Buenos días, pereza".

Tempus Fugit dijo...

Es verdad, lo pone al pie del post. Disculpa mi distracción. Hummm....economista y psicoanalista, una mezcla explosiva ¿no te parece?

El libro "Buenos días, pereza", me suena, desde luego, pero no lo he leído. Soy la pereza personificada, así que...difícilmente me iba a descubrir algo nuevo. Pero igual es interesante conocer algo nuevo sobre mi pecado capital favorito (junto con gula y lujuria), del que soy una más que digna representante.

¿Eres psicóloga?

Anónimo dijo...

Pues también llevas razón, no lo había pensado antes, jaja: economista y psicoanalista parece una mezcla explosiva, vaya que sí.

El libro que incita a la pereza, ya veo, no te hace falta. Y este tan divertido lo puedes leer aquí, con un poco de paciencia, pues estoy en ello, transcribiéndolo, quiero decir, y no hace falta que te gastes los duros ni que tengas que hacer otro hueco en tu ya repleta estanteria.

Tempus Fugit dijo...

Decididamente, eres psicóloga, porque no me has contestado a la pregunta...

Igual que a lo de Murcia o Almería, en mi blog. Pareces gallega, jajaja.

Tempus Fugit dijo...

Hummm, lamento la indiscreción. Y "no" eres una más que entra a mi blog; a veces, los perezosos, como yo, tenemos ciertas intuiciones. Y yo tengo cierto olfato para la gente interesante.

Si quieres que lo discutamos a puerta cerrada: retiaria@gmail.com