domingo, agosto 27, 2006

Aire acondicionado

Noté en la nuca una corriente de aire frío. Me volví y comprobé que procedía de la boca de un individuo que se encontraba a mis espaldas. El autobús estaba hasta los topes y los cuerpos permanecían pegados unos a otros. Entre la boca del individuo en cuestión y mi nuca no habría una distancia superior a los cinco centímetros. La ciudad, literalmente, ardía, pero el aliento de este hombre era frío, como si en lugar de proceder de unos pulmones procediera del vientre de un aparato de aire acondicionado. Pensé, lógicamente, que se trataba de una alucinación, pero al volverme recibí la corriente de aire frío en plena cara. El tipo era normal, un poco azulado tal vez, pero no habría percibido ese matiz cromático de no haberme llamado primero la atención la temperatura de su aliento.
Se bajó tres paradas antes que yo, abandonándome en una situación de perplejidad. En la oficina, estuve a punto de comentar el suceso, pero no me atreví. A mí mismo continuaba pareciéndome el resultado de una alucinación. Tampoco me atreví a contárselo a mi mujer por la noche. Al día siguiente, mientras subía en el ascensor al despacho del director de personal para resolver un asunto, sentí a mi lado una respiración helada. Me volví y comprobé que pertenecía a la secretaria del jefe de Recursos Humanos. Exhalaba, en efecto, un aire helado y su rostro tenía una ligera coloración azul. Se trata de una mujer muy guapa, a la que el frío sentaba excepcionalmente bien. Rosa, que así se llama, y yo fuimos amantes hace algunos años. Todavía de vez en cuando quedamos en un hotel y pasamos la tarde juntos. Tenemos, en fin, una relación intermitente que no nos molesta ni nos crea las complicaciones de las relaciones fijas.
Esa tarde me acosté con ella. Su piel tenía la temperatura normal, unos 37 grados, pero cuando introduje mi lengua en su boca en un beso apasionado se me quedó helada. Igual me pasó cuando la penetré. Comprendí que el aire acondicionado está provocando alteraciones orgánicas en las personas, pero no me he atrevido a denunciarlo. Quizá no he documentado suficientes casos. ¿Le ha ocurrido a usted algo parecido?
Juan José Millás

3 comentarios:

Luis Rivera dijo...

Pues la verdad es que no, pero lo cierto es que nada más llegar a la casa del cabo he puesto en marcha la instlación de climamtización, en un esfuerzo desesperado por alcanzar los 25 grados. Me observaré etentamente para ver si cambia la temperatura de mi exalación.

Roma dijo...

Es un relato la mar de misterioso, jajaaa, enigmático y con su puntito de terror, o no?
Y ese final preguntando si nos ha pasado algo parecido... no es genial?
También me trae a la memoria la novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, en la que todos van quedándose ciegos, adquiriendo y siendo portadores de una contagiosa ceguera blanca.

el foliot rojo dijo...

Que bueno, pero que bueno es Millás... Y cuánto juego nos da, ¿verdad? Me encanta. Y sólo he leído un libro suyo, creo que tendré que ponerme las pilas y leer alguna cosa más, ¿no?