jueves, mayo 11, 2006

Bosque

El bosque está encima del hombre. Puede ser espeso y con abundante vegetación baja; puede que sea difícil penetrar en él y, más aún, avanzar por él. Pero su densidad propiamente dicha, aquello que realmente lo constituye, su follaje, está arriba. Es el follaje de los distintos troncos, que se entrelaza y forma un techo continuo, es el follaje que retiene casi toda la luz y arroja la gran sombra colectiva del bosque.
El hombre, que erguido en un árbol, se alinea entre los otros árboles. Pero estos son mucho más altos que él, y debe alzar la vista hacia ellos. No hay otro fenómeno natural de su entorno que esté por encima de él de modo tan permanente y a la vez tan próximo y tan múltiple. Pues las nubes pasan, la lluvia se filtra y las estrellas están lejos. De todos estos fenómenos, que en su multiplicidad actúan desde arriba, ninguno posee la sempiterna proximidad del bosque. La altura de los árboles es accesible; la gente trepa por ellos y coge los frutos, incluso ha vivido allá arriba.
La dirección en la que el bosque atrae la mirada del hombre es la de su propia transformación: crece constantemente hacia lo alto. La igualdad de los troncos es aproximada, también ella constituye, en realidad, una igualdad de la dirección. Quien está en el bosque se siente cobijado; no se halla en la cima del mismo, donde el bosque sigue creciendo, ni tampoco en su lugar de mayor espesura. Justamente esta espesura es su protección, y la protección queda arriba. Por esto es por lo que el bosque se ha convertido en símbolo del recogimiento. Obliga al hombre a levantar la mirada, agradecido por la protección que le viene de arriba. Levantar la vista por tantos troncos pasó a convertirse en un mirar hacia arriba en general. El bosque anticipa el sentimiento de la iglesia, estar ante Dios entre columnas y pilares. Su expresión más regular y, por lo tanto, más perfecta es la cúpula de una catedral, con todos los troncos entrelazados en una suprema e inseparable unidad.
Otro aspecto no menos importante del bosque es su múltiple inmovilidad. Cada uno de los troncos ha echado raíces y no cede ante ninguna amenaza exterior. Su resistencia es absoluta, nunca abandona su puesto. Puede ser talado, pero no movido. Así se convirtió el bosque en símbolo del ejército: un ejército en formación, un ejército que no huye bajo ninguna circunstancia, que se dejará despedazar hasta el último hombre antes de ceder un solo palmo de terreno.

Elias Canetti / Masa y poder.
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(Dedicado a Luis Rivera. Y a su bosque)

9 comentarios:

Luis Rivera dijo...

Querida Roma: nandie mejor que Canetti y que tu lectura de él, pueden sintetizar lo que es el bosque. Mi suerte: vivo en él por elección. Lo dejaré algún día para volver al mar, pero me lo llevaré conmigo y con sus habitantes, los que han entrado en él conmigo y han caminado por él. Como tú. Estoy de acuerdo en que el bosque es como una catedral y aunque no comparto el sentimiento religioso, si me inunda en él un recogimiento de silencio y rumores. No rezo, divago, pienso, hablo con Goyerri.

Y ahora el cuadro: al fondo de la espesura la luz, las masas verticales de verdes y grises (grises-azules-verdosos) el camino pausado a través de la espesura de Oberon con las criaturas del bosque (La primera versión en cine del Sueño de Una noche de Verano con la música de Mendelsson, en blanco y negro que era más color que nada). No se puede objetivar una imagen cuando estás subjejtivado. En la sierra, entre Madrid y Segovia, tu bosque.

Roma dijo...

Muchas gracias, Luis. Me he puesto contenta de que te haya gustado. Precisamente estaba indecisa por esa parte en que remite al sentimiento religioso, que tampoco comparto, y que a mí me molesta, confieso.
Estamos emboscados, estamos perdidos y hallados en el bosque. Siempre me gustó esa palabra y ese lugar.

Luis Rivera dijo...

Hay un sentimiento religioso que no tiene que ver con dios, que es de recogimiento y que siendo anticientífico, es una sensación. Lo que me gusta de las catedrales no es el hecho de dios, sino el hecho de que los hombres hayan conseguido expresar ese sentimiento en piedra, en música, en pintura. Le debemos tanto a esa religiosidad...

Ana dijo...

Cuando no puedo ir al bosque, me gusta acercarme a la catedral, no tiene nada que ver con ninguna religión. Buenas noches

Ana dijo...

Cuando no puedo ir al bosque, me gusta acercarme a la catedral, no tiene nada que ver con ninguna religión. Buenas noches

Roma dijo...

Sí, sí, si entiendo lo que queréis decir. Sé de qué habláis. Sólo que yo, personalmente, nunca he sentido ese sentimiento de recogimiento, ni de religiosidad, como algo debido a un ser o cosa superior ya sea de este mundo terrenal o de otro espiritual (si es que no son el mismo mundo). Creo que es una sensación como de pequeñez, de ser tan poca cosa uno en el conjunto infinito del universo, la que nos atrapa en esos lugares, bosque o catedral. A algunos les angustia, a otros les arroba, a veces las dos cosas.

Luis Rivera dijo...

En mi caso no me refiero ni a dioses ni a ideas de eternidaes o vidas espirituales, sino a un ensimismamiento (creo que esa es la palabra) provocado por el espectáculo en si mismo tan humano y al mismo tiempo tan sobrecogedor. Coincido con Roma con otras palabras, creo.

Jesús Miramón dijo...

Epifanía en el sentido que le daba James Joyce a esa palabra, revelación, consciencia, comprensión, misericordia, comunión... estamos hablando de asuntos que probablemente sólo pueden ser expresados a través de la poesía.

Roma dijo...

Pues... no sé si tendré que empezar a preocuparme por mi subconsciente... porque palabras como epifanía, misericordia, comunión, revelación... me redirigen inmediatamente al texto litúrgico sin que pueda remediarlo. Deben de haber otras palabras que expresen lo mismo que éstas y que no nos lleven de cabeza al sentimiento "religioso" concreto. Digo yo, no sé. Quizá esto sólo me pasa a mí, y no a vosotros.
Gracias por tu comentario, Jesús Miramón. Y bienvenido.