domingo, marzo 05, 2006

Color

Para el ojo humano, todo lo visible tiene un color. Es probable que incluso los ciegos de nacimiento sueñen en color. El color es un fenómeno óptico, y también tiene un lugar, construido para él, en la imaginación humana. Sin ninguna duda, los colores existen en la naturaleza para poder ser vistos. Pero si eres pintor, los colores son tus enemigos. ¡No porque pretendas controlarlos, sino porque tienes que alejarte de ellos!
Cuando los colocas al borde de tu paleta, calculas las proporciones y te mantienes distante. Los colores son superficiales, artificiales e inertes. Puede incluso que empieces a odiarlos por su repulsiva inocencia. Parecen camisas recién compradas, todavía con la tirilla de cartón bajo el cuello y las mangas perfectamente dobladas y prendidas con alfileres. Si tienes que coger una y estás sudando, lo haces con las yemas de los dedos.
Como pintor, luchas por hacerlos desaparecer, para que su lugar lo ocupen los cuerpos. Cuando digo cuerpo quiero decir cualquier cosa que tenga sustancia. Cuando un color adquiere sustancia y se convierte en una cosa, deja de ser color. Pierde su inocencia, y describirlo ya no es tan sencillo; adquiere el peso de lo irremediable, aunque sea el llamado azul cielo. Descubrir lo irremediable es el sueño de un pintor. El “azul” deja de ser un color que has elegido y se convierte en una fatalidad. Una fatalidad de la que no hay manera de zafarse. Esta fatalidad está presente en Tiziano, Turner o Rothko. Y ésa es la alegría. Por conveniencia, llamaremos “tono” a aquello en lo que se convierten los colores. Un tono que nunca se prestará a convertirse en un adjetivo como “rojo”, “amarillo” o “azul”.
¿Sólo los pintores entienden esto? No lo sé.
En cuanto empiezas a mezclar pintura en la paleta o el cuadro, los colores van tomando un poco de sustancia, pero con frecuencia, no es la sustancia que esperabas. A menudo, la sustancia no va más allá de la mierda. Si se alarga demasiado el proceso, la mezcla acaba irremediablemente convirtiéndose en mierda. Por eso cometes muchos errores, porque el proceso de manejar los colores y encontrar el tono justo es muy complejo y sus variables infinitas.
Matisse señaló una vez que un centímetro cuadrado de azul no es lo mismo que un metro cuadrado del mismo azul. El tamaño de la superficie cambia el tono. De la misma manera, un círculo azul no es lo mismo que ese mismo azul cuadrado. El contorno también cambia el tono. Y esto es sólo el principio. Cualquier tono está modificado por su textura, por todos los tonos que le rodean, por el espacio que la imagen está creando, por la luz en el cuadro y sobre el cuadro, y por el curioso fenómeno que es el campo de gravedad de la imagen –aquello que determina el ritmo al que las cosas se vencen y retroceden dentro del marco del silencioso arte que nunca se mueve.
Estas infinitas variables se combinan incesantemente y por eso complican hasta la extenuación la tarea de eliminar colores y crear cuerpos. Te detienes, te retiras unos pasos, te fijas y tratas de prever cómo reaccionará la multitud de variables cuando añadas este tono o modifiques aquél. Sabes también que si titubeas demasiado y actúas con indecisión, estás en peligro de caer de nuevo en la mierda. Incluso Morandi, prudente y extraordinario como era, lo reconocía.
Puede que en un momento determinado intentes coger por sorpresa a la multitud con un gesto repentino o un tono audaz. A veces aceptan, pero sólo pasivamente. A menudo se niegan, y su negativa es inmisericorde. “!Así que has añadido otro color!”, te dicen.
El momento de gracia, si llega, es cuando te asombra descubrir que aquello que tu pincel acaba de añadir no es un color, no es ni siquiera un tono, sino una cosa, algo a lo que la multitud, no ya una multitud sino una comunidad, acoge y da un lugar. No puedes creer lo que ven tus ojos, o más bien, por primera vez lo crees: una cosa inexplicable hecha de colores que las palabras no pueden describir.

John Berger / Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible.

8 comentarios:

Mármara dijo...

¡Qué curioso! Leí ayer una entrevista a Paul Auster, en "El País", que relata el mismo proceso respecto a las palabras con las que compone sus historias.

Luis Rivera dijo...

Y con todo ello el centro de gravedad de este comentario, igual que el de Auster, está en el creador. Pero la revelación de la obra se produce cuando esta amalgama de intuición, improvisación y experiencia racional, convertida en obra, se revela al espectador. Una obra, un conjunto de colores tiene multitud de autores del que, una vez producida, el menos importante es el que la construyó. La reconstrucción está ya en manos de los observadores o lectores. Ante esto, el autor es impotente para exigir, de su obra, una sola línea de visión o lectura. Cuando el artista alcanza la conformidad con la obra empieza el proceso de creación fuera de sus manos y de su voluntad.

Anónimo dijo...

Ojos que no ven ¿corazón que no siente? Lo digo porque yo no tengo esa sensibilidad especial para la pintura, no veo todas esas cosas que tú puedes ver al contemplar un cuadro... pero a la vez me admira la capacidad de alguien para hacer algo bonito. Saludos.

Ana dijo...

No sabía que los colores tuvieran fecha de caducidad para convertirse en tonos. Roma, ¿qué es color? ¿una manera de distinguir o de igualar?

Anónimo dijo...

Qué interesante...
Yo nunca he pintado, no tengo dotes ni paciencia para ello, por lo que siento una profunda admiración por quienes lo hacen. Por quienes lo hacéis.

Autómata 34 dijo...

Precioso proceso de transformación...

Mil besos

Tempus Fugit dijo...

¡Lo que me pierdo por carecer de visión!...


Tempus dixit.

el foliot rojo dijo...

Claro, ¿como no iba a ser complicado lo de pintar una casa, Roma? Después de todo el proceso, creo que entiendo mejor este texto de lo que lo hubiera hecho antes ;-)