miércoles, octubre 25, 2006

"vápara" Luis Rivera

... Y se recorren también los claros del bosque con una cierta analogía a como se han recorrido las aulas. Como los claros, las aulas son lugares vacíos dispuestos a irse llenando sucesivamente, lugares de la voz donde se va a aprender de oído, lo que resulta ser más inmediato que el aprender por letra escrita, a la que inevitablemente hay que restituir acento y voz para que así sintamos que nos está dirigida. Con la palabra escrita tenemos que ir a encontrarnos a la mitad del camino. Y siempre conservará la objetividad y la fijeza inanimada de lo que fue dicho, de lo que ya es por sí y en sí. Mientras que de oído se recibe la palabra o el gemido, el susurrar que nos está destinado. La voz del destino se oye mucho más de lo que la figura del destino se ve.
Y así se corre por los claros del bosque análogamente a como se discurre por las aulas, de aula en aula, con avivada atención que por instantes decae –cierto es- y aun desfallece, abriéndose así un claro en la continuidad del pensamiento que se escucha: la palabra perdida que nunca volverá, el sentido de un pensamiento que partió. Y queda también en suspenso la palabra, el discurso que cesa cuando más se esperaba, cuando se estaba al borde de su total comprensión. Y no es posible ir hacia atrás. Discontinuidad irremediable del saber de oído, imagen fiel del vivir mismo, del propio pensamiento, de la discontinua atención, de lo inconcluso de todo sentir y apercibirse, y aun más de toda acción. Y del tiempo mismo que transcurre a saltos, dejando huecos de atemporalidad en oleadas que se extinguen, en instantes como centellas de un incendio lejano. Y de lo que llega falta lo que iba a llegar, y de eso que llegó, lo que sin poderlo evitar se pierde. Y lo que apenas entrevisto o presentido va a esconderse sin que se sepa dónde, ni si alguna vez volverá; ese surco apenas abierto en el aire, ese temblor de algunas hojas, la flecha inapercibida que deja, sin embargo, la huella de su verdad en la herida que abre, la sombra del animal que huye, ciervo quizá también él herido, la llaga que de todo ello queda en el claro del bosque. Y el silencio. Todo ello no conduce a la pregunta clásica que abre el filosofar, la pregunta por “el ser de las cosas” o por “el ser” a solas, sino que irremediablemente hace surgir desde el fondo de esa herida que se abre hacia dentro, hacia el ser mismo, no una pregunta, sino un clamor despertado por aquello invisible que pasa sólo rozando. “¿Adónde te escondiste?...” A los claros del bosque no se va, como en verdad tampoco va a las aulas el buen estudiante, a preguntar.
Y así, aquel que distraídamente se salió un día de las aulas, acaba encontrándose por puro presentimiento recorriendo bosques de claro en claro tras del maestro que nunca se le dio a ver: el Único, el que pide ser seguido, y luego se esconde detrás de la claridad. Y al perderse en esa búsqueda, dársele el que descubra algún secreto lugar en la hondonada que recoja al amor herido, herido siempre, cuando va a recogerse.
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Es lo que tiene la Zambrano, que enamora y te deja hecho pensar. Roma, cuando la leo que no es a menudo, hay que reconocerlo, me deja suspenso preguntándome a santo que me da a mi por escribir. Te agradezco esta atención tuya. Fíjate en esa afirmamción tan rotunda (ella no hay nada rotundo, es la verdad) que aparece hacia el final del escrito: "A los claros del bosque no se va, como en verdad tampoco va a las aulas el buen estudiante, a preguntar" No me acuerdo de las aulas pero si de los claros del bosque y en ello, por lo menos en ello, le doy la razón.

Mármara dijo...

A vueltas con el tema de la traducción y con otro que le va parejo y que dice (alguien lo ha dicho, pero no recuerdo quién) que cada texto que leemos tiene tantas interpretaciones como personas que lo leen y que, a mayores, si lo relee una misma persona, después de un tiempo, esa interpretación seguramente variará, porque mediarán, entre una lectura y otra, no sólo los años, sino las vivencias que la persona haya tenido, y las emociones que le provoque el texto, distintas siempre, yo me quedo con el último párrafo.
Aunque el texto sea para Luis, voy a copiarlo, porque según lo iba leyendo decidí con quién quiero compartirlo.

XY51 dijo...

Que bien!!! decido devolverte la visita y me encuentro una cita de mi libro favorito.

el foliot rojo dijo...

Maravilloso. Denso... pero maravilloso. Me quedo con ese final: "Y al perderse en esa búsqueda, dársele el que descubra algún seceto lugar en la hondonada que recoja el amor herido, herido siempre, cuando va a recogerse"

Anónimo dijo...

SIMPLEMENTE PRECIOSO..lo he leido dos veces.