lunes, enero 16, 2006

Soñando con Toulouse-Lautrec.

Sueño de Henri de Toulouse-Lautrec, pintor y hombre infeliz.
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Una noche de marzo de 1890, en un burdel de París, después de haber pintado el cartel para una bailarina a la que amaba sin ser correspondido, Henri de Toulouse-Lautrec, pintor y hombre infeliz, tuvo un sueño. Soñó que estaba en los campos de su Albi, y que era verano. Se hallaba bajo un cerezo cargado de cerezas y hubiera querido coger algunas, pero sus piernas cortas y deformes no le permitían llegar hasta la primera rama cargada de fruta. Entonces se puso de puntillas y, como si fuera la cosa más natural del mundo, sus piernas comenzaron a alargarse hasta que alcanzaron una longitud normal. Una vez hubo cogido las cerezas, sus piernas comenzaron de nuevo a encogerse y Henri de Toulouse-Lautrec volvió a encontrarse a su altura de enanito.
Vaya, exclamó, así que puedo crecer a voluntad. Y se sintió feliz. Empezó a atravesar un campo de trigo. Las espigas lo superaban y su cabeza abría un surco entre las mieses. Le parecía que estaba en una extraña selva por la que avanzaba a ciegas. Al final del campo había un arroyo. Henri de Toulouse-Lautrec se reflejó en él y vio un enano feo con las piernas deformes vestido con pantalones de cuadros y un sombrero en la cabeza. Entonces se puso de puntillas y sus piernas se alargaron grácilmente, se convirtió en un hombre normal y el agua le devolvió la imagen de un joven apuesto y elegante. Henri de Toulouse-Lautrec se encogió de nuevo, se desnudó y se sumergió en el arroyo para refrescarse. Cuando hubo acabado el baño, se secó al sol, se vistió y se puso de nuevo en camino. Estaba cayendo la tarde, y al fondo de la llanura vio una corona de luces. Se dirigió hacia allí caracoleando sobre sus cortas piernecitas y, al llegar, se dio cuenta de que estaba en París. Era el edificio del Moulin Rouge, con sus aspas de molino iluminadas girando en el techo. Una gran multitud se agolpaba a la entrada, y junto a la taquilla un enorme cartel de colores chillones anunciaba el espectáculo de la velada, un cancán. El cartel reproducía una bailarina que danzaba sobre el escenario sujetándose la falda levantada, justo delante de las candilejas de gas. Henri de Toulouse-Lautrec se sintió satisfecho, porque aquel cartel lo había dibujado él. Después evitó mezclarse con la multitud y accedió por la entrada trasera, recorrió un pequeño corredor mal iluminado y apareció entre bastidores. El espectáculo acababa de comenzar. La música era estrepitosa y Jane Avril, en el escenario, bailaba como una endemoniada. Henri de Toulouse-Lautrec sintió un feroz deseo de salir a escena él también y de tomar por la mano a Jane Avril para bailar con ella. Se puso de puntillas y sus piernas se alargaron inmediatamente. Entonces se lanzó fogosamente al baile, su chistera rodó hacia un lado y él se dejó llevar por el frenesí del cancán. Jane Avril no parecía en absoluto sorprendida de que hubiera alcanzado una estatura normal, bailaba y cantaba y lo abrazaba, y era feliz. Entonces cayó el telón, el escenario desapareció y Henri de Toulouse-Lautrec se encontró con su Jane Avril en los campos de Albi. Ahora era de nuevo mediodía y las cigarras cantaban como enloquecidas. Jane Avril, exhausta por el calor y la danza, se dejó caer bajo una encina y se levantó las faldas hasta las rodillas. Después le tendió los brazos y Henri de Toulouse-Lautrec se dejó caer en ellos con voluptuosidad. Jane Avril lo abrazó contra su seno y lo acunó como se acuna a un niño. A mí me gustabas incluso con las piernas cortas, le susurró al oído, pero ahora que tus piernas han crecido me gustas todavía más. Henri de Toulouse-Lautrec sonrió y la abrazó a su vez, y, apretando la almohada, se dio la vuelta y siguió soñando.
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Antonio Tabucchi / Sueños de sueños.
Traducción de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier González Rovira.

7 comentarios:

Mármara dijo...

-Espejito, espejito mágico, ¿habrá otra en este reino más pardilla que yo?
-¿Por qué lo dices? -preguntó el espejo.
-(Vaya mierda de espejo mágico, que no sabe por qué se lo pregunto. En fin...) Porque me creí a pies juntillas que Roma dejaba su bitácora, y todo el mundo se enteró de que había vuelto, menos yo.
-¡Ah bueno! -dijo el espejo, con cierto "rintintín"- No es que seas pardilla, no, ¡qué va!, es que no estás en lo que "cerebras" y así te va.

Roma dijo...

Jajaáaaaaaaaa, Mármara, habrá otra más graciosa que tú?

yo, la peor de todas dijo...

jajajjaja muy bueno mármara!.... roma ha vuelto y en plan fuerte, tengo tus tres artículos grabaditos como lectura pendiente (no me olvido)

Mármara dijo...

Es lo que me salva, queridas amigas, que soy graciosa, si no... de qué.
En fin, me alegro de que os hayais reído con mi ocurrencia que, sobre "Sostiene Pereira" lo juro, me salio del alma (pelín encabronada, el alma, por semejante descuido).
Bienvenida, entonces, Roma Romana, y que esta nueva etapa te dé tantas satisfacciones como te mereces.

Ana dijo...

Entre todos esos sueños que tanto me gustan...¿habrá alguno de Gustav Klimnt? porque si no habrá que soñarlo por él...

Roma dijo...

Sería estupendo soñarlo. Tabucchi no soñó con Klimnt. Así que podemos seguir soñando ya que nos quedan muchos sueños de sueños en el tintero.

Ana dijo...

Qué pena...a ver si esta noche sueño algo así, en estos días te lo cuento, ¿vale?