Sueño de Arthur Rimbaud, poeta y vagabundo.
La noche del veintitrés de junio de 1891, en el hospital de Marsella, Arthur Rimbaud, poeta y vagabundo, tuvo un sueño. Soñó que estaba cruzando las Ardenas. Llevaba su pierna amputada bajo el brazo y se apoyaba en una muleta. La pierna amputada estaba envuelta en papel de periódico, en el cual, en titulares de gran tamaño, estaba impresa una de sus poesías.
Era casi medianoche y había luna llena. Los prados eran de plata, y Arthur cantaba. Llegó hasta las cercanías de un caserío en el que se veía una luz encendida a través de la ventana. Se tumbó en la hierba, bajo un enorme almendro, y siguió cantando. Cantaba una canción revolucionaria y errabunda que hablaba de una mujer y de un fusil. Al poco rato la puerta se abrió y salió una mujer que avanzó hacia él. Era una mujer joven, y llevaba el pelo suelto. Si quieres un fusil como el de tu canción, yo puedo dártelo, dijo la mujer, lo tengo en el granero.
Rimbaud se aferró a su pierna amputada y rió. Voy a la Comuna de París, dijo, y necesito un fusil.
La mujer lo guió hasta el granero. Era una construcción de dos plantas. En el piso de abajo había ovejas, y en el piso de arriba, al que se subía por una escalera de travesaños, estaba el granero. No puedo subir hasta ahí arriba, dijo Rimbaud, te esperaré aquí, entre las ovejas. Se tumbó sobre la paja y se quitó los pantalones. Cuando la mujer bajó, lo encontró preparado para hacer el amor. Si quieres una mujer como la de tu canción, dijo la mujer, yo puedo dártela. Rimbaud la abrazó y le preguntó: ¿Cómo se llama esa mujer? Se llama Aurelia, dijo la mujer, porque es una mujer de sueño. Y se desabrochó el vestido.
Se amaron entre las ovejas, y Rimbaud mantenía siempre cerca su pierna amputada. Cuando se hubieron amado, la mujer dijo: Quédate. No puedo, respondió Rimbaud, tengo que marcharme, sal fuera conmigo, para ver cómo nace el alba. Salieron a la explanada mientras empezaba a clarear. Tú no oyes esos gritos, dijo Rimbaud, pero yo los oigo, vienen de París y me llaman, es la libertad, es la llamada de la lejanía.
La mujer seguía desnuda, bajo el almendro. Te dejo mi pierna, dijo Rimbaud, cuida de ella.
Y se dirigió hacia la carretera principal. Qué maravilla, ahora ya no cojeaba. Caminaba como si tuviera dos piernas. Y, bajo sus zuecos, la carretera resonaba. El alba era roja por el horizonte. Y él cantaba, y era feliz.
Era casi medianoche y había luna llena. Los prados eran de plata, y Arthur cantaba. Llegó hasta las cercanías de un caserío en el que se veía una luz encendida a través de la ventana. Se tumbó en la hierba, bajo un enorme almendro, y siguió cantando. Cantaba una canción revolucionaria y errabunda que hablaba de una mujer y de un fusil. Al poco rato la puerta se abrió y salió una mujer que avanzó hacia él. Era una mujer joven, y llevaba el pelo suelto. Si quieres un fusil como el de tu canción, yo puedo dártelo, dijo la mujer, lo tengo en el granero.
Rimbaud se aferró a su pierna amputada y rió. Voy a la Comuna de París, dijo, y necesito un fusil.
La mujer lo guió hasta el granero. Era una construcción de dos plantas. En el piso de abajo había ovejas, y en el piso de arriba, al que se subía por una escalera de travesaños, estaba el granero. No puedo subir hasta ahí arriba, dijo Rimbaud, te esperaré aquí, entre las ovejas. Se tumbó sobre la paja y se quitó los pantalones. Cuando la mujer bajó, lo encontró preparado para hacer el amor. Si quieres una mujer como la de tu canción, dijo la mujer, yo puedo dártela. Rimbaud la abrazó y le preguntó: ¿Cómo se llama esa mujer? Se llama Aurelia, dijo la mujer, porque es una mujer de sueño. Y se desabrochó el vestido.
Se amaron entre las ovejas, y Rimbaud mantenía siempre cerca su pierna amputada. Cuando se hubieron amado, la mujer dijo: Quédate. No puedo, respondió Rimbaud, tengo que marcharme, sal fuera conmigo, para ver cómo nace el alba. Salieron a la explanada mientras empezaba a clarear. Tú no oyes esos gritos, dijo Rimbaud, pero yo los oigo, vienen de París y me llaman, es la libertad, es la llamada de la lejanía.
La mujer seguía desnuda, bajo el almendro. Te dejo mi pierna, dijo Rimbaud, cuida de ella.
Y se dirigió hacia la carretera principal. Qué maravilla, ahora ya no cojeaba. Caminaba como si tuviera dos piernas. Y, bajo sus zuecos, la carretera resonaba. El alba era roja por el horizonte. Y él cantaba, y era feliz.
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Antonio Tabucchi / Sueños de sueños.
Traducción de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier González Rovira.
5 comentarios:
Jo, yo quiero tener sueños tan bonitos, ¿cómo se hace?
Jajajá!, pues si te ha gustado este sueño intuyo que también te ha de gustar el de Debussy.
Con Debussy soñaremos mañana, creo.
Gracias por tus comentarios.
Uno de mis sueños es morir como Rimbaud, diciéndole a la persona que había a la cabecera de su cama: "Enséñame algo, por favor, necesito aprender"...
Tempus dixit.
Mira que le tengo tirria a los franceses...
Jaja, mi querida Tempus Fugit, no sabía que Rimbaud se te apareciera en sueños. Lo que creo es que la persona a la cabecera de la cama debes ser tú.
Ay!, Diego, y por qué tenerle tirria a "los franceses", o a "los alemanes", o a "los americanos", o a ... "los españoles", o a "los vascos", o a "los murcianos", o a "los madrileños", o a "los catalanes", ... y así con todo y todos?
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