Sueño de Antón Chéjov, escritor y médico.
Una noche de 1890, mientras se encontraba en la isla de Sajalín, adonde había ido a visitar a los detenidos, Antón Chéjov, escritor y médico, tuvo un sueño. Soñó que estaba en el pabellón de un hospital y que le habían puesto una camisa de fuerza. Junto a él había dos viejos decrépitos que representaban su locura. Él estaba despierto, lúcido, seguro, y hubiera querido escribir la historia de un caballo. Llegó un doctor vestido de blanco y Antón Chéjov le pidió papel y lápiz.
Usted no puede escribir porque tiene demasiada teorética, dijo el doctor, usted es solamente un pobre moralista, y los locos no pueden permitírselo.
¿Cómo se llama usted?, le preguntó Antón Chéjov.
No puedo decirle mi nombre, respondió el doctor, pero sepa usted que odio a los que escriben, especialmente si tienen demasiada teorética. Es la teorética lo que estropea el mundo.
Antón Chéjov sintió ganas de abofetearlo, pero entretanto el doctor había sacado un lápiz de labios y se estaba retocando la boca. Después se puso una peluca y dijo: Soy su enfermera, pero usted no puede escribir, porque tiene demasiada teorética, usted es solamente un moralista, y ha venido a Sajalín en camisón. Y, diciendo esto, le liberó los brazos.
Usted es un pobre diablo, dijo Antón Chéjov, pero no sabe ni siquiera qué son caballos.
¿Y para qué quiero conocer caballos?, preguntó el doctor, yo conozco sólo al director de mi hospital.
Su director es un asno, dijo Antón Chéjov, no un caballo, una bestia de carga que ha soportado mucho en su vida. Y después añadió: Permítame escribir.
A usted no se le permite escribir, dijo el doctor, porque está loco.
Los viejos que estaban junto a él se dieron la vuelta en la cama y uno de ellos se levantó para evacuar en el orinal.
No importa, dijo Antón Chéjov, le voy a regalar un puñal, para que se lo pueda meter entre los dientes; y con ese puñal en la boca besará al director de su clínica y se intercambiarán un beso de acero.
Y después se dio la vuelta y comenzó a pensar en un caballo. Y en un cochero. Y el cochero era infeliz, porque quería contar a alguien la muerte de su hijo varón. Pero nadie lo escuchaba, porque la gente no tenía tiempo y le consideraba un pelmazo. Y entonces el cochero se lo contaba a su caballo, que era un animal paciente. Era un viejo caballo que tenía ojos humanos.
Y en aquel momento llegaron al galope dos caballos alados montados por dos mujeres a las que Antón Chéjov conocía. Eran dos actrices y llevaban en la mano un ramo de cerezo en flor. El cochero ató los dos caballos a su landó, Antón Chéjov se acomodó en el asiento y la carroza despegó de la habitación del hospital, enfiló uno de los ventanales y se elevó por el cielo. Y mientras volaban entre las nubes veían al doctor con su peluca que hacía gestos de berrinche y les lanzaba maldiciones. Las dos actrices dejaron caer dos pétalos de flor de cerezo y el cochero sonrió diciendo: Tengo una historia que contar, es una historia muy triste, pero creo que vos podéis comprenderme, querido Antón Chéjov.
Antón Chéjov se apoyó en el respaldo, se tapó el cuello con una bufanda y dijo: Tengo todo el tiempo del mundo, soy muy paciente y me gustan las historias de la gente.
Una noche de 1890, mientras se encontraba en la isla de Sajalín, adonde había ido a visitar a los detenidos, Antón Chéjov, escritor y médico, tuvo un sueño. Soñó que estaba en el pabellón de un hospital y que le habían puesto una camisa de fuerza. Junto a él había dos viejos decrépitos que representaban su locura. Él estaba despierto, lúcido, seguro, y hubiera querido escribir la historia de un caballo. Llegó un doctor vestido de blanco y Antón Chéjov le pidió papel y lápiz.
Usted no puede escribir porque tiene demasiada teorética, dijo el doctor, usted es solamente un pobre moralista, y los locos no pueden permitírselo.
¿Cómo se llama usted?, le preguntó Antón Chéjov.
No puedo decirle mi nombre, respondió el doctor, pero sepa usted que odio a los que escriben, especialmente si tienen demasiada teorética. Es la teorética lo que estropea el mundo.
Antón Chéjov sintió ganas de abofetearlo, pero entretanto el doctor había sacado un lápiz de labios y se estaba retocando la boca. Después se puso una peluca y dijo: Soy su enfermera, pero usted no puede escribir, porque tiene demasiada teorética, usted es solamente un moralista, y ha venido a Sajalín en camisón. Y, diciendo esto, le liberó los brazos.
Usted es un pobre diablo, dijo Antón Chéjov, pero no sabe ni siquiera qué son caballos.
¿Y para qué quiero conocer caballos?, preguntó el doctor, yo conozco sólo al director de mi hospital.
Su director es un asno, dijo Antón Chéjov, no un caballo, una bestia de carga que ha soportado mucho en su vida. Y después añadió: Permítame escribir.
A usted no se le permite escribir, dijo el doctor, porque está loco.
Los viejos que estaban junto a él se dieron la vuelta en la cama y uno de ellos se levantó para evacuar en el orinal.
No importa, dijo Antón Chéjov, le voy a regalar un puñal, para que se lo pueda meter entre los dientes; y con ese puñal en la boca besará al director de su clínica y se intercambiarán un beso de acero.
Y después se dio la vuelta y comenzó a pensar en un caballo. Y en un cochero. Y el cochero era infeliz, porque quería contar a alguien la muerte de su hijo varón. Pero nadie lo escuchaba, porque la gente no tenía tiempo y le consideraba un pelmazo. Y entonces el cochero se lo contaba a su caballo, que era un animal paciente. Era un viejo caballo que tenía ojos humanos.
Y en aquel momento llegaron al galope dos caballos alados montados por dos mujeres a las que Antón Chéjov conocía. Eran dos actrices y llevaban en la mano un ramo de cerezo en flor. El cochero ató los dos caballos a su landó, Antón Chéjov se acomodó en el asiento y la carroza despegó de la habitación del hospital, enfiló uno de los ventanales y se elevó por el cielo. Y mientras volaban entre las nubes veían al doctor con su peluca que hacía gestos de berrinche y les lanzaba maldiciones. Las dos actrices dejaron caer dos pétalos de flor de cerezo y el cochero sonrió diciendo: Tengo una historia que contar, es una historia muy triste, pero creo que vos podéis comprenderme, querido Antón Chéjov.
Antón Chéjov se apoyó en el respaldo, se tapó el cuello con una bufanda y dijo: Tengo todo el tiempo del mundo, soy muy paciente y me gustan las historias de la gente.
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Antonio Tabucchi / Sueños de sueños.
Traducción de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier González Rovira.
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