miércoles, diciembre 14, 2005

Sin título y sin colores

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Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Oliverio Girondo

7 comentarios:

Mármara dijo...

Cuantas más cosas suyas nos regalas, más me gusta, este hombre.
Y, cómo me identifico con este texto. Y cómo me consuela que haya otras personas humanas con la misma dificultad que yo para hacerse con las riendas de su pandillita interior.
Me voy a comer con otro espíritu (las llamadas de mi yo eficiente no dejan de recordarme la hora que es, que los animalillos están sin comer, que he de llegar pronto al trabajo esta tarde, que...).

Tempus Fugit dijo...

Muy aplicable el texto (encomiable, por cierto), a cierta o ciertas personas... ¿verdad, querida Roma?

Tempus dixit.

Roma dijo...

Pues sí, Mármara, una también tiene su pandillita interior, como tú dices, y vive consciente de ello y conviviendo con sus humores.
Pero también l@s hay, tú lo sabes, y lo diré con tus palabras: quienes crean "un personaje a la medida de otro" y que son capaces "de fingir su propia muerte para no tener que enfrentarse con sus mentiras".
"Matar el personaje", se dice, verdad Tempus?
Es lo que hizo el creador de Holmes con su personaje cuando se vio en la necesidad de hacerlo.
La Literatura está llena de ejemplos, y de personajes... y es que la realidad supera a la ficción.

Anónimo dijo...

Oliverio... uno de mis preferidos... y.. El Espantapájaros... uno de los mejores libros que ha parido la poesía argentina.
Has leido a Gelman?? es un joyita, también...
te mando un abrazo

Anónimo dijo...

Después de leerlo me ha quedado una sensación... Uf! al igual que Mármara, yo también me identifico con ese texto, y... asusta...
Un saludo Roma.

Mármara dijo...

Bueno, Little, no es para asustarse, creo yo. La simple percepción de esa realidad irrefutable ya nos da una cierta ventaja. Lo peor es cuando te crees una, y trinas, de puro desconcierto. En mi caso, por ejemplo, cada vez que me percato de que alguna de las indeseables de mi pandillita interior adquiere un protagonismo no deseado, la mando hacia las profundidades con viento fresco. Lo peor era (y es)cuando no me daba cuenta y me metían en unos compromisos...
Y a ti, Roma, qué te voy a decir, que tú no sepas. Ahora bien, desde aquí te lo digo, lo que no nos mata nos fortalece, así que, quizás tengamos que ser agradecidas con quienes tanto nos han fortalecido. ¿O no?

Roma dijo...

Saludos y abrazos Mármara, Tempus, Vero, Little Canarian Bird.
Da mucho que hablar y que pensar ese texto de Oliverio. Me pareció genial cuando lo leí. Me encanta cómo escribe y las cosas de las que escribe.
Besos