
Este peculiar “sentido”, que seguramente es -como capacidad humana- universal, se experimenta como una vivencia personal e intransferible y puede, como la sensibilidad artística, mejorar con un buen entrenamiento. Nos permite además disfrutar en un grado mayor o menor, según lo desarrollado que lo tengamos, de esa “relativización” propia o ajena. Y de él depende en gran medida nuestra reacción ante los estímulos externos y ante las personas. Gracias a él, todos somos -o podemos ser- unas veces creadores, otras simples usuarios o “disfrutadores” de humor. El chaval que, preguntado en su examen de Física sobre el principio de Arquímedes, dio esta ejemplar respuesta: Arquímedes se metió en la bañera, salió y vio que era un principio, se conformaba seguramente con no dejar en blanco esa parte de la prueba y en absoluto pretendía resultar cómico, lo cual no resta un ápice a nuestro derecho a percibir (y disfrutar) en la simpleza de su respuesta aspectos convencionalmente excluidos de la información-examen: la gran inocencia del muchacho, la grandeza de la pequeña cotidianidad en los descubrimientos científicos, la poca adecuación al contexto en que todo esto aparece. Se ha dicho muchas veces, con razón, que el humor no resulta necesariamente en comicidad, en risa o sonrisa. Y es que una vez activado el sentido del humor “creativo”, éste puede aparecer, en función de la actitud comunicativa adoptada, con muy diversas expresiones y finalidades. Así, podemos hablar de un humor positivo, incluso optimista, que resulta de una buena disposición de ánimo (ante las cosas, para con los demás), como el que muestra el joven conquistador cuando le pregunta a la chica de sus deseos: ¿Crees en el amor a primera vista, o tengo que volver a pasar delante de ti?; o el que -quizá sin proponérselo- manifiesta el marido ante las quejas de su esposa: -Manolo, que parece que quieres al perro más que a mí... -Que no, tonta, que os quiero igual... Podemos hablar de un humor sin alegría interior, negativo, pesimista, “crítico”, que puede ser mordaz (‘que ataca moralmente con aguda o ingeniosa malignidad’, define el Diccionario del español actual), como el que aparece en la letra de este pasodoble carnavalesco: Vivir, busca la forma de vivir / tan libre como el gorrión. / Luchar, nunca te canses de luchar / por tu proyecto, tu ilusión. / Seguir, aunque las cartas de la vida / te vengan un poco malas. / El mundo es de los valientes, / de los cobardes no se ha escrito nada. / Lánzate a todo y emigra si es necesario. / Yo haría lo mismo si no fuera que... / soy funcionario (Los Sibaritas, chirigota callejera, Cádiz 2003); irónico, sarcástico, grotesco, desconsiderado, despiadado, cruel..., agresivo, en suma, para el otro, al que convierte, en alguna medida, en “víctima”. Y podemos hablar de un humor lúdico, seguramente intrascendente, que procura por sí mismo, con su sola presencia, el goce gratuito de quienes lo utilizan o disfrutan; en su mayor parte, los chistes que llenan nuestra vida pertenecen a esta categoría: Van un padre y un hijo por la calle, y el niño... ve un charco, se mira y... se ve reflejado... Y dice: -¡Papá, hay un niño en el charco! Y el padre va, y mira, y dice: -Pero hombre, pero si tendrá mi edad...
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Ana María Vigara Tauste / El humor y su(s) sentido(s) en el acto de la comunicación .
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