lunes, octubre 10, 2005

La vida sexual de las palabras



INTERLOCUTORES
A: Alia, Emil (“Milalias”).
B:”Babelle”. Lectora joven.
C: Crítico y cicerone (“Herr Narrador”). Viejo.


Y ya empezaba él, el corruptor de palabras menores: Para hacer boca (hablo también de la boca equívoca de todo vocablo...) podríamos empezar por un pequeño test o “testículo”, como diría Queneau.
Que no te emboles..., fingió alarmarse Babelle, y Reis parecía aprobarla con la mirada, mordisqueando su pipa.
Pero el testiculador o gesticulero ya acudía, después de fruncir el gesto, ejem, a un ejemplo destemplado de su pornoveleta por entregas, y empezaba a leer el papelote que se traía entre manos:
Era francesa y la había visto algunas veces, sin fijarse demasiado en ella, hasta que la oyó verdaderamente por vez primera en la penumbra ceremoniosa, de cera e incienso, de la catedral argótica de Bayonne, sic, allí mismo, qué imprudencia y qué impudencia, en una misa de un domingo canicular, de verano, sí: delicia delicuescente, y a la vez tan soez, tan desvergonzada de ver gozada, y de oír!, coño culo pis sentidos, acuclillada arremangándose su camisa negra de verano, y de verija ensortijada, blanculeando en la penumbra musgosa y como posesa se retortijaba ágil mostrando su eso... Folle à la messe..., eh, y el Burlador de Sexville le dio una palmada de complicidad en las nalgas, tan prietas, a Alice la contadora que continuaba con el episodio, qué locura, allá en la misa aquella posesa en pos de eso, el exceso y no ceso, es o no es eso, podría haberse preguntado con otras palabras Alice la adolescentenaria mientras veía y oía y olía visiones, en plena impudelicia catredralicia, coño culo pis sentidos, qué profanación, del coro al caño, un surtidor un venero de imágenes venéreas brotando en tal lugar sacro, sacrílegalmente, de labios del gran sacerdote calvo, lustroso y arrebolado que la pronunciaba o articulaba recalcando, casi se diría que paladeando, sí, sus sílabas: con-cu-pis-cense, sin censura, incensada, y Alice ponía morros al repetirla, imitando el fruncimiento de la bonachona esfinterca del predicador. Con-cu-pis-cense. Una palabra que brota, tan exacta, le mot juste par excès..., lance d’arrosage, no?, palabra savia con uve de Venus que pone el jugo y quita el yugo, seguía el gran jugador con sus palabreces, palabra articulada y sexuda con equis de enigma que encerraba en sus entrañas todas aquellas palabras extrañas que la niña Alice in Worderland buscaba a veces en el Impudiccionario, en compañía de un primo Peter Pangloss, más cándido aún que ella. Con-cu-pis... Desarreglo de los sentidos. Abra-cada-palabra!, le diría a Alice Jack el Destripador alias Mil Lalias, mientras ella continuaba refiriendo la actividad “episódica”, cómo sonaba y se ornaba obscena y lozanal y frescachonda en sus oídos abiertos para oír, en la iglesia catedral de Sainte-Marie de Bayonne, aquel mot de passe ou de pisse, bisbiseo o pispiseo, contraseña o enseña que todo lo enseña, con el culo al aire, la palabra tal vez más turbadora de su lengua, concupiscense, que horas después buscaría, solitaria esta vez, en su pequeño Larousse (je sème à tout ventre!) todo descuadernado: “Inclinación a gozar de los bienes de la tierra, especialmente de las cosas sensuales.” De las cosas sensuales. Y de las palabras... Pero ella antes de abrir el libro, le livre des lèvres, lleno de voces, había abierto sus labios, qué labia, qué sabia, a la luz de dos velas encerrada a cal y canto en aquel retrete trastero iluminado también por las ráfagas del faro lejano de Biarritz, allí paposentada en su trono con los ojos entornados entonando: con, continuaba acariciándoselo, cu, seguía con su idioma vernáculo, palpándolselo, primero con la otra mano, la más libre, la más diestra, que era la zurda y ya le iba clavando veloz aquella, bujía bujarrona, hasta que se le saltaron las lágrimas, la cera que lacera..., hechicera, y no hay más que la que arde, decir ardent, se inflamaba el oídor para infamarla giocondamente con un duchampiano Elle a chaud au cul!... pian piano, a la sordina, Giocondina: pis, el chorro de oro ardiente entre sus dedos anguilanguideslizándose escurridirizos, sens, ah por fin, en la fruición de la fricción, frega!, estrega que estrega, hechicera, estrega que se entrega, qué posesa del eso, sí sentidos con sentidos, consexuados, a posteriori y a tergo tergiversables, sens, sentí dos, sólo dos?, todos los sentidos exacerbados, sobre todo el sexto, interpolaría el interpelador tentando el vado, el texto sentido, verdad?, qué episodio. De veras que una sóla palabra, por boca de cleriganso, ocasionó tu primer gozo artesiano? Qué regozo y qué regazo. Ni vela ni falo, otro golpe de manivela. Vaya bayonanista! Sí, sí, insistía Alice Schèhérasade sin comprender del todo, intentando estirarse su más mínima minifalda en el diván de los deslices. Claro, puntualizaba, que la voz carrasposa del predicador (o dijo pedicador?) también tenía su parte de responsabilidad en aquellos responsales por la inglesia. Esto, claro es, lo dijo con otro vocaburlario más campechano. Y hasta una vez, al final de aquel verano, confesó ella, se metió en su confesionario –otra palabra que se las trae, concesionario, rio el confusor, allez-y-à confesse... Mea culpa! Me arrodillé ante su garita oscura, contaba Alice, por si me volvía a decir al oído concupiscence.
Una palabra –interrumpió con impaciencia Reis- que al fin y al cabo significa desear ardientemente.
Y el trastocador de nuevo, poniendo catedral: Deseo de seo, si seo...Aunque el deseo se vista de seda o de Sade, qué desiderrata, deseo se queda.
No se queda –saltó Babelle-. Se convierte en poema o en novela, por ejemplo.
Sí –apoyó Reis-, al principio era el deseo.
Y luego –decía ella- ya puede venir el verbo y, si la fuerza del deseo es realmente grandiosa, hacerse carne.
Y Reis, consultando sus fichas: La palabra nació de la fuerza sexual, dedujo aquel filólogo delirante del siglo pasado, Jean-Pierre Brisset, al que Duchamp llamó el Aduanero Rousseau de la filología.
O de la “falología” –dijo Milalias-, teniendo en cuenta las obsesiones continuas de Brisset.
Sí –asintió Reis-. Incluso el pronombre personal yo designa el sexo en el delirio filológico o “falológico” de Brisset.
Eu falo, podría decir Brisset en portugués –dijo Milalias-. En portugués o en linga franca.
Quel bric à braquedalirante... –empezó ella.
Fonemas féminas desmembradas –seguía él- de un De Kooning lingüista.
Cua-cua... –tartamuequeó Reis- Cuasimodo verbal.
Y Lacan avant la lettre –dijo Milalias-, sólo que más divertido, a ratos. Aquí está esta perla de imitación, en preversión original: “Le diable ètant un père sèvére criant: Persèvére! C’était aussi un père vert, le vieux pervers.”
Oh la langue! –exclamó ella, lacónica.
Abuelingua franca –dijo Milalias-. Grammaire brisée: gramática mítica, “gramítica”, rota. Etimología y mitosis de mitos.
Y Reis, asintiendo, añadía: La abnihilización del étimo, como dice Joyce en Finnegans Wake. Los ètimos, átomos verbales, se fisionan.
La fisión –dijo Milalias- produce la ficción.
Y también –replicó Reis- la fusión.
Sí –concedió Milalias-, gracias sobre todo a esas palabras-maletas o mulatas, que se funden casi sexualmente. Como decía gráficamente Norman O. Brown, en Closing Time: “Dos palabras se ponen una encima de la otra y se vuelven sexuales”.
Eso es un montaje –dijo ella-. Y recuerda que Roland Barthes, hablando de fourier, dijo que el neologismo es un acto erótico.
Efectivamente –dijo Reis-, y a continuación Barthes añadía que por eso provoca indefectiblemente la censura de los pedantes.
La palabra-maleta o “maletra” –dijo Milalias- mata dos o más pájaros de un tiro. Letralleta, aletrallando. Levanta a la vez la veda y la venda sexual y lingüística. Ya no hay coito vendado.
Las palabras –dijo ella- se funden y fundan una nueva lengua.
Y la desenfundan –dijo Milalias.
El verbo en carne viva –dijo ella.
Viva –le hizo eco él.
El deseo –dijo Reis- se hace oír y ver finalmente, como en el lapsus freudiano. Y los ètimos joyceanos, de los que hablábamos antes, se cargan de electrones freudianos en las últimas novelas de Arno Schmidt, sobre todo a partir de su monumental Zettels Traum.
Si –dijo Milalias-. Un impoenente typoescrito facsimamilar con arnotaciones magnuscríticas que escrutan los escritos y hasta los escrotos secretos de Edgar Allan Poe para hacer una expoesición sexhaustiva de la poernografía oculta en ellos. Uf.
Todas las “poerversiones” –dijo ella- que se pueden leer entre líneas.
Pero –volvía Milalias a la carga- me pregunto si tanta pornografía dictada por el inconsciente, no está más en la lectura que en la propia escritura, en el propio Arno Schmidt en definitiva: “Poearnografía”.
Literatura pornográfica por gráfica –dijo reis-. Copulaciones fonéticas y visuales, verdaderamente gráficas, en la escritura última de Schmidt. Y en ella hasta los fonemas pueden ser reveladores, realmente significativos. Esas partículas tan particulares de Schmidt, esos étimos freudianos, revelan muchas anomalías ocultas.
Nos enseñan sus traseros –dijo Milalias-. Tras Eros y Tanatos...
Anal Isis interminable... empezó a seguirle el juego ella.
Para continuar dándole vueltas al círculo ambicioso –dijo Milalias- yo preferiría recurrir a lo que Joyce llamaba el “cicloanálisis”, por los ciclos de los ciclos o vicociclones... El “circoanálisis”, ale hop!, por qué no?, a darle vueltas a la pista, verdad? Por los sinos de los signos.
Otra ronda –rezongó Reis- y otra vuelta de campana.
Hasta que –y ella sonrió saudosa- la lengua se parta...
Ya la pegarán –y también sonrió Reis- los creadores de una nueva lingüística.
Prefiero –dijo Milalias- lo que Queneau llama la “lengüistica”, el viejo estudio comparado de las lenguas vivas. O puestos a ir más allá del beso a la francesa, está esa habilidad y labilidad de la lengua que tiene todo aquel que yo llamo a la inglesa “cunning linguist”...
Astuto lingüista –tradujo ella.
Pienso ahora –dijo Milalias- en la deliciosa obertura de la Lolita de Nabokov...
Sí –dijo Reis-, la escena más erótica de la novela tiene lugar en las tres primeras líneas.
Lolita, luz de mi vida... –empezaba a recitar ella.
Pienso –proseguía Milalias- en Humbert Humbert paladeando el nombre de su pequeña ninfa, Lo-li-ta, en plena glosolabia demorándose goloso en los alófonos y fonemas líquidos que le hacían la boca agua. Oui-Da. Sí. Yes. Lo-li-ta. He ahí un cunilingüista!
Que se quedará –recordó ella- sólo con la palabra en la boca. Como ha de constatar más adelante el pobre Humbert Humbert: “!Oh Lolita mía, sólo tengo palabras para jugar!”
No juguéis y no seréis jugados –replicó Milalias-. La del albur sería... Al final era el calambur.
Y al principio –dijo Reis-. Al principio era el pun, como se puntualiza en el Murphy de Beckett.
Este pun con su sal –saltó Milalias- estaría dispuesto a partirlo y compartirlo el loco citato Brisset.
Sin duda –dijo Reis-. es que en el origen de la creación, de toda creación, está el juego...Cuántos dioses no nacieron, como bien observaba Valéry, de un calambur.
Hijos del trueno y del retruécano –retronó Milalias.
Cocteau no soltó ninguna boutade –remachó Reis- cuando dijo aquello de que la poesía es un vasto calambur. La ambigüedad, característica del calambur, es también una de las propiedades del lenguaje poético. Y se podría añadir, parafraseando lacónicamente a Todorov, que toda literatura está estructurada como un juego de lenguaje.
El juego de palabras –terció al fin ella- es, como vio Novalis, creador.
Generador poético –continuó Milalias- y nos permite entrar y salir por el acceso principal: el ayuntamiento verbal.
Volviendo a la energía sexual, al pansexualismo del origen –dijo Reis-, a esta libido que precede a la literatura, es evidente que el lenguaje es una copulación generalizada, entre verbos, signos...
Recordando de nuevo a Novalis –dijo ella-: Los signos son cuerpos.
Y viceversa –añadió Milalias-. Conjunciones “copulativas”.
Y Francis Ponge –se esponjaba Reis- dijo muy precisamente que la copulación de las palabras apela a la escritura y de ello resulta una especie de orgasmo.
Orgasmotto –remató Milalias.
Las palabras hacen el amor –evocó ella-, según la vieja aspiración surrealista.
Y hacen el humor... –dijo Milalias.
Y ella, rápida: Tanto monta, monta tonto...
Así es, así es –insistía y asentía Reis-. Hacer el humor es hacer el amor. El juego del humor es erótico. Por ejemplo, Valéry dice que el calambur es una especie de adulterio. Y a la misma conclusión llega el profesor británico Tony Tanner en su estudio Adultery in the Novel. Llama al pun cama adúltera.
Cama del camaleón –dijo Milalias-. Camama, ¿no?
Litera de la literatura –aliteraba ella.
Otro lecho de pro gusto –seguía él-. Del dicho al lecho hay poco techo.
Al pie de la letra y de la cama –dijo ella.
En esa cama –dijo Reis- se estrechan relaciones inconfesables. Se produce un encuentro furtivo de fonemas. Los sentidos establecen relaciones peligrosas.
A val-mont le vit conte –rababelizó Milalias-. Y los sonidos son nidos de avispados.
Las represiones en definitiva –dijo Reis-, se transforman en expresiones, no es así?
Y ahí empieza el juego –dijo Milalias- de lo que nosotros llamamos “literatura”.
Que a los cuerpos (y a los signos) alegre –dijo ella.
La panasexualidad del lenguaje –dijo Reis- a través del pun.
Que todo lo penetra –dijo Milalias-, letra a letra. y todos se interpenetran. Alegro tropo...
La retórica es, en el fondo, una erótica –dijo Reis-. Las figuras del discurso son posturas e imposturas eróticas. La retórica de Fontanier, por ejemplo, es el Kama Sutra de la lengua francesa. Lo mismo podría decirse, respecto de la portuguesa, de la Retórica del Padre Figueiredo, el libro de cabecera de Fernando Pessoa.
Pessoa –empezó a citar ella- dice en El Libro del Desasosiego: “Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas”.
Sensualidades incorporadas –repitió Milalias-, qué justo, qué gusto.
La atracción entre sílabas y palabras –seguía Reis- no es distinta a la de los cuerpos, dice Octavio Paz en Corriente Alterna.
Y cómo no recordar ahora –dijo ella- su poema Las palabras: Dales la vuelta, /cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas...
Los poetas han sabido siempre que las palabras son organismos vivos –dijo Milalias.
También los mejores prosistas –dijo Reis-. Por ejemplo, Julio Cortázar subraya en cierto modo ese poema de Paz en un texto titulado precisamente “Pida la palabra, pero tenga cuidado”, recogido en Ultimo Round, del que voy a leer las primeras líneas: “Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del pescuezo si, por ejemplo, se trata de la palabra ola, pero que a queja hay que tomarla por las patas...”
Porque va a saltar, Lastra –anagramatizó Milalias-. La escritura se anima y zas se hace escriatura.
Viva –dijo ella-. Sílaba viva se titula un poema de Cortázar.
El le animaba el foenema –dijo Milalias-. Habría que rendir homenaje aquí al “glíglico” de Oliveira y la Maga. A sus agujeroglíficos sexuales.
Los amantes saben siempre –dijo ella- que las palabras hacen el amor.
Cuando no tienen arrugas-dijo él-. Des rides Dada... O no están demasiado gastadas.
Para eso están –dijo Reis- para devolverle la originalidad genital. Para que vuelvan, de verdad, a hacer el amor, como quería Breton.
Eso ha sido siempre el privilegio –dijo Milalias- de los grandes amadores/armadores del lenguaje. Desde Shakespeare a nuestros barrocos.
Por otra parte –dijo Reis-, conviene recordar que en la época de Shakespeare, ese máximo alegrador y arreglador de la lengua, el wit o arte de ingenio designaba también los órganos sexuales.
El ingenio genital congraciándose con el no sancto esprit –dijo Milalias-. La agudeza penetrante, para sacarle punta a la palabra.
Nonsense droict... –dijo apropiadamente Babelle de motto propio.
Erección del seso –insistía Milalias-. “Our erectec wit”, en palabras de Sir Philip Sydney.
Me parece que fue el Dr. Jonson –dijo Reis- el que llamó al wit una “inesperada copulación de ideas”.
El, el muy “anticonceptista”... –exclamó Milalias-. Para aludir ahora a las “French letters”: el surrealista francés René Crevel pedía que no se le pusieran condones a las ideas. Con don o sin don de lenguas, creo que las palabras son más resbalosas y no se dejan encapotar tan fácilmente, aunque no echo en saco roto que en sueco página se dice, sí, SIDA.
Página suicida –siseó ella-. Prefiero que la llames sheet, a la inglesa.
Hoja y sábana a la vez –dijo él-. Drapage de littérature... En cualquier caso, ambas pueden ser, para decirlo con palabras de Lezama Lima, “el cuadrado de las delicias”.
Y el cuadrilátero –lanzó ella- del cuerpo a cuerpo.
A brazo partido –dijo él.
Volvemos a los signos –dijo Reis-, y a las señales...
Dobles –dijo Milalias-. Como en Rabelais o en Joyce, dos señalados intérpretes dentro de la misma tradición “carnovelesca”.
Los signos encarnan –dijo Reis-, cobran cuerpo y ahí empieza la atracción apasionada.
El machihembramiento –dijo Milalias-. Incesante amontonarse y amancebarse –tanto monte, monte tanto- en los montajes de Rabelais y Joyce.
Véanse, por ejemplo –señaló Reis-, todas las metáforas (y sinécdoques) del coito en la obra de Rabelais, y en especial en el capítulo 9 del Cuarto Libro.
Sí –dijo Milalias-, en esa isla de las alianzas cuyos habitantes tenían napias en forma de as de trébol.
A coger el trébol... –trinó ella.
A coger, a coger, che –repitió él-. Y en esa isla hubieran podido meter las narices Mogol, Sterne, Quevedo y hasta el mismo Ovidio Nasón.
Metamorfosis incestuosa de las palabras –dijo ella-. Clavijas y madres agujeros...
Y Milalias, haciendo gestos gráficos, engranaba: Máquina de calcular o para concubinar... Formón con mucho fondón.
La forma es contenido –dijo Reis- y viceversa.
Y viceversa –arguyó Milalias-. La forme affirme –e hizo una pausa- le contenu...
Bien acuñado, concuñado – concluyó facsimiliarmente ella.
Hará ciento y la madre... –encestó Milalias.
O véase con lupa –seguía impertérrito Reis- el catálogo de perversiones sexuales/textuales en el episodio de la casa de Honophrius en Finnegans Wake que a su vez interrumpe el coito que cierra con broche de Ouroboros la obra de Joyce.
Coitus non interruptus – dijo Milalias-, cuento ininterrumpido. Así en el finicio como en el fornicio. La última palabra se une a la primera.
Como dice pomposo –dijo ella- el Profesor en Finnegans Wake: La palabra es mi Esposa...
Es tu prosa –dijo Milalias- que es nuestra esposa violada y no velada, antes prometida y luego perfecta sacada, que es prosa de todos...
Vamos a necesitar –dijo ella- otro leprosador e interprestación similtánea...
El que tenga ojos para oír que lea –dijo Milalias-. Finnegans Wake pone en práctica, ante los ojos y oídos del lector, todo lo que predica. Las palabras hacen lo que cuentan.
Así es –dijo Reis-. Beckett vio lúcidamente que en Finnegans Wake, cuando el sentido es bailar, las palabras bailan.
Y cuando es hacer el amor... –seguía ella.
Hasta los morfemas hacen el amor –concluyó Milalias-. Sincopadamente. Podría hablarse, atendiendo al musiquismo verbal del Finnegans Wake, de su “estereosexualidad”.
Polifonía polimórfica y perversátil –puntualizó, ya contagiado, Reis-. Yo creo que esos acoplamientos prohibidos de las palabras-maletas o mulatas inquietan o a veces producen rechazo porque muestran que toda escritura e incluso toda palabra es palimpsesto...
Pâle inceste –dijo Milalias. Incesto, insisto.
No tan pálido... –corrigió ella.
Muestran que toda palabra –proseguía Reis- es en el fondo palabra-maleta, de doble o triple fondo, enseñan la cara o el culo oculto de la palabra, como hemos visto al principio con concupiscence.
Ah, sí –dijo Milalias-, ahora que me acuerdo, continúo con aquel lejano episodio de un verano de Alice en Bayona...
Ah no, ah no –protestó Reis-, ahora ya hemos pasado a la vida textual de las palabras-muletas.
La vida sexual –corrigió Milalias.
Y Reis, remontando: Tanto monta...
Monta Tántalo –acabó Babelle, y no frenando, dando alas a las palabras.

Julián Ríos / La vida sexual de las palabras.

5 comentarios:

Tempus Fugit dijo...

Jajajajaja. ¡¡Muy bueno!! Me ha encantado.

Anónimo dijo...

Me alegro muchísimo!

Tempus Fugit dijo...

Buenos días, que te veo, jeje.

La Gran Hermana te vigila.

Tempus Fugit dijo...

Preciosa imagen, Roma, como todas las tuyas.

Paolo Alonso Mohandas dijo...

Aunque no lo complete de leer por su extension +&,,y mas alla de las copulaciones de la fonetica y la ortografia y demas orgias clandestinas de la semantica,,es formidable para mi entender con una traduccion despasmodica que la eleccion del orden y del sentido no pertenecen a una sola cavidad habitual y premiada...