La noche del veintinueve de junio de 1893, una límpida noche de verano, Achille-Claude Debussy, músico esteta, soñó que se encontraba en una playa. Era una playa de la costa toscana, ribeteada de monte bajo y de pinos. Debussy llegó con unos pantalones de lino y un sombrero de paja, entró en la caseta que le había asignado Pinky y se quitó la ropa. Entrevió a Pinky en la playa, pero en de hacerle un gesto de saludo, se deslizó hacia la sombra de la caseta. Pinky era una bella señora propietaria de una villa, se ocupaba de los escasos bañistas de su playa privada y paseaba por el litoral cubierta por un velo azul que le caía del sombrero. Pertenecía a la antigua nobleza y tuteaba a todo el mundo. Eso no le gustaba a Debussy, quien prefería ser tratado con fórmulas de cortesía.
Antes de ponerse el bañador flexionó varias veces las rodillas y después se acarició largo rato el sexo, que tenía semierecto, porque la visión de aquella playa solitaria, con el sol y el azul del mar, le producía cierta excitación. Se puso un bañador sobrio, de color azul, con dos estrellitas blancas en los hombros. Y en aquel momento vio que Pinky, ella y los dos alanos que la acompañaban siempre, había desaparecido y en la playa no había nadie. Debussy atravesó la playa con una botella de champagne que llevaba consigo. Cuando llegó junto a la toalla, excavó un pequeño agujero en la arena y metió en él la botella para que se mantuviera fresca, después entró en el mar y se puso a nadar.
Sintió de inmediato el benéfico influjo del agua. Le gustaba el mar por encima de cualquier cosa y hubiera querido dedicarle alguna pieza musical. El sol estaba en su cenit y la superficie del agua resplandecía. Debussy regresó pausadamente, con amplias brazadas. Cuando llegó a la orilla desenterró la botella de champagne y se bebió casi la mitad. Le parecía como si el tiempo se hubiera detenido y pensó que era eso lo que la música debía lograr: detener el tiempo.
Se dirigió hacia la caseta y se desnudó. Mientras se estaba desnudando oyó ruidos en el boscaje y se asomó. Entre los matorrales, pocos metros por delante de él, vio a un fauno que cortejaba a dos ninfas. Una ninfa acariciaba los hombros del fauno, mientras la otra, con gran languidez, ejecutaba algunos movimientos de danza.
Debussy sintió una gran laxitud y empezó a acariciarse muy despacio. Después avanzó en el boscaje. Cuando lo vieron llegar, los tres seres le sonrieron y el fauno comenzó a tocar un pífano. Era exactamente la música que a Debussy le hubiera gustado componer, y la grabó mentalmente. Después se sentó sobre las agujas de los pinos, con el sexo erguido. Entonces el fauno tomó a una ninfa y se enlazó con ella. Y la otra ninfa se acercó a Debussy con ágil paso de danza y le acarició el vientre. Era mediodía y el tiempo estaba inmóvil.
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Antonio Tabucchi / Sueños de sueños.
Antes de ponerse el bañador flexionó varias veces las rodillas y después se acarició largo rato el sexo, que tenía semierecto, porque la visión de aquella playa solitaria, con el sol y el azul del mar, le producía cierta excitación. Se puso un bañador sobrio, de color azul, con dos estrellitas blancas en los hombros. Y en aquel momento vio que Pinky, ella y los dos alanos que la acompañaban siempre, había desaparecido y en la playa no había nadie. Debussy atravesó la playa con una botella de champagne que llevaba consigo. Cuando llegó junto a la toalla, excavó un pequeño agujero en la arena y metió en él la botella para que se mantuviera fresca, después entró en el mar y se puso a nadar.
Sintió de inmediato el benéfico influjo del agua. Le gustaba el mar por encima de cualquier cosa y hubiera querido dedicarle alguna pieza musical. El sol estaba en su cenit y la superficie del agua resplandecía. Debussy regresó pausadamente, con amplias brazadas. Cuando llegó a la orilla desenterró la botella de champagne y se bebió casi la mitad. Le parecía como si el tiempo se hubiera detenido y pensó que era eso lo que la música debía lograr: detener el tiempo.
Se dirigió hacia la caseta y se desnudó. Mientras se estaba desnudando oyó ruidos en el boscaje y se asomó. Entre los matorrales, pocos metros por delante de él, vio a un fauno que cortejaba a dos ninfas. Una ninfa acariciaba los hombros del fauno, mientras la otra, con gran languidez, ejecutaba algunos movimientos de danza.
Debussy sintió una gran laxitud y empezó a acariciarse muy despacio. Después avanzó en el boscaje. Cuando lo vieron llegar, los tres seres le sonrieron y el fauno comenzó a tocar un pífano. Era exactamente la música que a Debussy le hubiera gustado componer, y la grabó mentalmente. Después se sentó sobre las agujas de los pinos, con el sexo erguido. Entonces el fauno tomó a una ninfa y se enlazó con ella. Y la otra ninfa se acercó a Debussy con ágil paso de danza y le acarició el vientre. Era mediodía y el tiempo estaba inmóvil.
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Antonio Tabucchi / Sueños de sueños.
Traducción de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier González Rovira.
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