miércoles, agosto 24, 2005

(VI) FORMAS DE ENCONTRARSE MAL


EDIPO, EL PRIMER NEURÓTICO
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LA HISTÉRICA PREFIERE ABSTENERSE (CON LA BELLA CARNICERA)
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En los orígenes del psicoanálisis, están las mujeres. Prestándose a los cuidados de los “doctores”, contribuyeron al descubrimiento del inconsciente y dejaron una vez más a los hombres el beneficio de explotar lo que tenían que decir ellas. Freud inventó el psicoanálisis gracias a las histéricas, y todo lo aprendió de ellas, escuchándolas. Dicen que el mejor sitio para aprender un idioma es la cama: en el caso de Freud, fue el diván. Lo cierto es que las histéricas producen saber, hacen trabajar a los demás, ¡por eso mismo decía Lacan que Sócrates fue el más sublime de los histéricos! El día en que haya una cátedra de psicoanálisis en el prestigioso Colegio de Francia (¿un momento que debemos ansiar o temer?), en alguna calle de París habrá un busto dedicado a la histérica, que es sin duda alguna la Marianne del inconsciente. Como la histérica es por lo general una mujer, proponemos que el monumento conmemorativo se levante en la Rue Madame o en la Rue Mademoiselle.
“La histérica construye su deseo en el propio movimiento del habla”, asegura Lacan. Hablar y hablar, aunque termine absteniéndose: este es el credo de la histérica. Encontramos un ejemplo de histérica en un caso de Freud comentado por Lacan, el de “la Bella Carnicera”. Nos la imaginamos sensual, indiferente a los problemas existenciales. Como no es demasiado activa, la bella carnicera tiene mucho tiempo para degustar platos elegantes y para invitar a cenar a sus amigos. La histérica acude a la consulta de Freud y le cuenta el siguiente sueño: “Quiero ofrecer una cena, pero sólo tengo un poco de salmón ahumado. Me dispongo a salir para hacer algunas compras, pero recuerdo que es domingo por la tarde y todas las tiendas están cerradas. Quiero llamar a algunos proveedores, pero el teléfono está estropeado. Así que renuncio al deseo de ofrecer una cena”. De hecho, la histérica pretende poner a prueba a Freud, pues la tesis que este defiende es que el sueño es el cumplimiento de un deseo y en el sueño de la guapa perezosa sucede lo contrario: el deseo no se cumple.
¿Es así realmente? Veámoslo con más detenimiento. El deseo no se cumple porque la histérica no quiere que se cumpla. Del mismo modo, en la vida “real”, la bella carnicera querría comer caviar todos los días, pero no se lo permite. Si se lo propusiera a su marido, él aceptaría, pero ella desea en realidad que él la prive de su deseo. La carnicera desea algo, y acto seguido hace lo posible para que su compañero no se lo dé, con el fin de poder atosigarlo y exigirle amor, es decir, exigirle “un nada” ofrecido por el otro. La mujer desea tener un deseo insatisfecho, y no creamos que eso es un refinamiento de la clase ociosa: esta mujer es una histérica, y las histéricas se empeñan duramente en privarse de lo que quieren.
Pero volvamos al sueño. El caviar que desea la carnicera aparece en el sueño en forma de salmón ahumado. ¿Por qué de salmón ahumado? Porque es el plato preferido de su amiga, con la cual se identifica y de la que está celosa porque a su marido le gusta. El deseo de la carnicera es pues un deseo del deseo de otro, lo que significa tanto el deseo que se aloja en el otro como el deseo que ella siente por el otro. “El sujeto histérico se construye casi por completo a partir del deseo del otro”, resume Jacques Lacan. En el sueño, el deseo puede satisfacerse, pero sólo para el otro, por intermediario de otra. Y lo más curioso, según Lacan, es que el sueño de la carnicera es un deseo de deseo: el deseo de ver a su marido deseado por su amiga, o a su marido deseando a su amiga (hasta el extremo de que la histérica se arriesga a perderlo).
Como explicó el psicoanalista con un juego de palabras que repetimos para ir abriendo boca: “La belle bouche erre”.*Sin embargo, desear a través de otro no es tan raro. Consideremos una situación bastante sencilla, digna de aparecer en las mejores páginas de la revista femenina Marie-Claire. Jean-Paul, tan atractivo como John-John Kennedy, que fue consagrado como “el hombre más seductor del mundo” antes de su trágico fallecimiento, ama a la lectora. Jean-Paul le hace partícipe de sus sentimientos por e-mail, y la lectora recibe su declaración de amor en el trabajo, y se lo comunica a sus colegas femeninas reenviándoles el mensaje: ellas también están enamoradas y se identifican con ella. Cuando Jean-Paul rompa, la lectora verá cómo se echa a llorar toda la oficina diáfana en la que trabaja. El deseo del deseo del otro es un juego sin fin, y de hecho seguimos hablando de él más abajo.

*Juego entre “la belle bouche erre” (literalmente, “la boca bonita se equivoca” y “la belle bouchère” (“la bella carnicera”).
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LA HISTÉRICA, CONTINUACIÓN: LA QUE DESEA EL DESEO (CON DORA)
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Veamos otra histérica, más cerebral que la bella carnicera, a la cual, como acabamos de ver, nada le gustaba tanto como comer cositas buenas y agobiar a su maridito. “Dora”, otro caso de Freud comentado por Lacan, es muy famosa. Para el telespectador experto, diremos que su historia es de esas que en los programas de televisión suelen calificarse de “comedia dramática”. Una familia de la buena burguesia es amiga de otra, los K (imaginémoslo con los rasgos del actor Charles Denner, provisto de una belleza tenebrosa pero impactante), que es sensible a los encantos de Dora; y la propia Dora, que se muestra complaciente con la aventura de su padre.
En esta historia no hay sexo, o hay muy poco. Y es que el padre de Dora es impotente con la señora K; en realidad da lo mismo, porque Dora compensa con su persona la debilidad del padre. Dora “mantiene su deseo por procuración”, analiza Lacan: el deseo de Dora es reforzar el deseo de su padre facilitándole la aventura, y más en general, reforzar el deseo del hombre. Pero todo termina de la noche a la mañana, cuando el señor K estrecha a Dora entre sus brazos mientras le asegura: “Mi mujer no es nada para mí”, queriendo decir que ya no desea a su esposa. Dora, furiosa, lo abofetea: el señor K ha roto el circuito que unía al cuarteto, y por lo tanto Dora deja de jugar. Para que el juego funcione, Dora tiene que poder desear a la señora K por mediación de un hombre. Dora desea el deseo, y su deseo tiene vocación de permanecer insatisfecho: ¡es la única estrategia posible para desear indefinidamente!
Dora deja el loft, abandona a los demás participantes y la comedia se acaba. La joven acude a ver a Freud y califica de odiosos los tratos entre el señor K y su padre, de los que, según ella, la señora K y ella misma han sido los objetos. ¿Es una especie de trata de blancas entre gente bien educada? Eso es lo que dice Dora al principio, erigiéndose en el “alma bella” que se rebela contra el mundo en nombre de la ley de su corazón. Además, Dora se queja de que el mundo está mal hecho. Pero si nos fijamos bien, veremos que Dora ha hecho el papel de consentidora en el juego, ha tomado parte en él y ha disfrutado; por lo tanto, tiene su parte de responsabilidad en el caos que se ha creado.
Lacan piensa que Freud, con el caso de Dora, comete algún tropiezo (quizá con la alfombra persa de su gabinete). Freud cree que Dora está enamorada del señor K; puede que, como buen burgués, sueñe con casarlos. Pero las cosas son un poco más complicadas. Dora desea por intermediación del señor K, con el que se identifica, y desea a la señora K, que, con su hermoso cuerpo, encarna para ella la siguiente pregunta: ¿Qué es una mujer? Es una cuestión esencial, ya que no existe ningún concepto unívoco que nos permita designar qué es una mujer: no hay una esencia, una síntesis, de la feminidad.
De ahí la provocadora frase de Lacan: “La Mujer no existe”. Es duro de creer, pero seguramente es ese el motivo de que las mujeres compren revistas femeninas: ¡quieren saber qué es una mujer! Esta cuestión fundamental constituye la base comercial de este tipo de prensa, por insignificante que parezca. Las revistas femeninas sacan a las mujeres a escena, las visten y las desvisten, las aconsejan... para que cada una de nosotras sea una mujer, cosa que ninguna logra jamás. El hecho de no poder ser La Mujer es lo que explica, en general, que una mujer se vista de mujer, se maquille, se adorne con joyas, etc.
MORALEJA: La histérica funciona a base de deseo, no es otra cosa que un infinito deseo de deseo, hasta el punto de convertirlo en brújula: basta con seguirle la mirada para saber dónde se encuentra.
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EL OBSESIVO (CON EL HOMBRE DE LAS RATAS): ¿ESTÁ VIVO O MUERTO?
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ESTAR LOCO NO ESTÁ AL ALCANCE DE TODO EL MUNDO
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Aunque Freud no establece diferencia alguna entre los locos y los neuróticos, para Lacan esta distinción tiene su importancia. Según él, hay tres categorías principales de individuos: los locos, los neuróticos y los perversos (al final de su enseñanza, esta distinción ya no está tan clara). Es decir, la norma no existe: ¿se creía normal el lector? ¡Qué equivocación! Todos somos casos clínicos. Por lo demás, una vez establecido el diagnóstico, cada uno es singular a ojos del psicoanálisis: es una disciplina que trabaja a medida, no se dedica al prêt-à-porter masivo. Además, el objetivo del psicoanálisis no es distinguir a los “normales” de los que no lo son, sino más bien distinguir a los que llevan a la práctica sus deseos de aquellos que no tienen valor para hacerlo.
Para explicar qué es un loco tendremos que hacer un pequeño rodeo por los tres registros que definió Lacan y que constituyen el armazón de la realidad psíquica humana. Lo inconsciente se organiza según tres instancias (lo real, lo imaginario y lo simbólico), que conviven de forma similar a la libertad, la igualdad y la fraternidad: como pueden. Para empezar, lo real es todo aquello que uno no puede controlar: su fecha de nacimiento, un terremoto… No se puede hacer nada al respecto, las cosas son así, y tan así son, que lo real no se puede evitar y ni siquiera puede ser pensado. “Lo real es lo imposible”, afirma Lacan, anticipándose en algunos años al célebre eslogan de Mayo del 68: “Sé realista, pide lo imposible”.
Lo imaginario, por su parte, podría representarse con esos dos personajes de cómic que se parecen tanto y que se pasan el tiempo arreándose garrotazos en la cabeza, en un ejercicio sin fin cuyo ritmo se acelera cada vez más, hasta que los dos protagonistas caen al suelo: la relación imaginaria es inexorable, fascinante y sin salida. Dicho más en general: lo imaginario se encarna en imágenes.
¿Y lo simbólico? Lo simbólico actúa como un árbitro en relación a los dos registros anteriores. Lo imaginario libera el deseo de lo imaginario imponiéndole una ley exterior, generalmente por la acción del padre. Pero a veces hay un bug en el proceso, y cuando la ley del padre no encuentra una base, puede suceder que el hijo termine loco. Lo cual no es necesariamente un desastre, ya que el loco no siempre se parece al inquietante psicópata de la película Harry, un amigo que os quiere.
Estar loco no es ninguna tara, ¡a veces es incluso una suerte! Hay locos geniales y que además se las arreglan bastante bien en la vida, en todos los campos. Jacques Lacan siempre destacó la dimensión creativa de la locura: si algunas personas (matemáticos, artistas, escritores…) son creativas no es a pesar de su psicosis sino, al contrario, gracias a ella. En el ámbito de la política, Lacan cita como ejemplo a Jean-Jacques Rousseau, cuyas obras tuvieron una gran influencia en la Revolución francesa y en sus ideales: hay que reconocer que Jean-Jacques estaba un poco chalado. A veces, la neurosis, que socialmente se considera un poco más aceptable, es mucho más destructiva que la psicosis. ¿No es más envidiable ser un Luis II de Baviera, obviamente desequilibrado pero alegre constructor de castillos, a ser un político como Édouard Balladur, mucho más estable pero que se ha estancado por no haber sabido salir de su terreno? El debate queda abierto; como se suele decir, hay que hablarlo.
Pero ¿qué es un loco? Así responde el doctor Lacan: el loco es alguien que sufre un trastorno en el ámbito del lenguaje. El loco produce neologismos, es decir, crea palabras que no existen, que contrastan con el lenguaje común, o bien emplea las palabras en un sentido diferente del usualmente admitido. Por lo tanto, la locura puede ser muy útil para quien desee ser escritor, aunque, claro está, no todos los escritores están locos. ¿Y qué hace el loco cuando escribe? Recurre al gran vientre de la lengua, donde se ha depositado todo lo que se ha ido inventando a lo largo de los siglos, y la subvierte combatiendo el código que la rige. ES el caso, por ejemplo, de Raymond Roussel, escritor muy creativo y que siempre está jugando con las palabras, manipulándolas y multiplicándolas para poner en marcha toda la maquinaria del lenguaje. Pero maticemos un poco este elogio de la locura: no olvidemos que hay más locos en los hospitales psiquiátricos que en el catálogo de la editorial Du Senil.
Una forma de reconocer al loco: de vez en cuando sufre alucinaciones. Veamos un pequeño ejemplo tomado de un caso de Freud, “El Hombre de los Lobos”, caso comentado por Lacan. El Hombre de los Lobos cuenta lo siguiente a Freud: un día, cuando era niño, creyó, presa de “un terror inefable”, que se había cortado el meñique (cosa que no era cierta) y que no le quedaba más que un trocito de piel en el dedo. El niño se derrumbó y no se atrevió a contárselo a nadie. ¿Qué le había pasado? Lacan explica que en su caso no existió ningún padre que impusiera la ley a la madre; con esta alucinación, lo que no ha sido simbolizado se reincorpora a lo real: como el deseo del Hombre de los Lobos no encuentra límite en la ley dictada por el padre, es el dedo cortado el que ocupa su lugar. La parte expulsada de lo simbólico reaparece en lo real; nuestro hombre “hace zapping” de un registro al otro, porque hay algo que no puede pensar, que le está prescrito.
Zanjemos la cuestión: es el propio sujeto el que decide si está o no está loco, mediante lo que Lacan denomina una “insondable decisión del ser”. ¡Por fin, algo que no es objeto de cálculo ni está sujeto a las previsiones de la estadística! Pero “no se vuelve loco quien quiere”, añade el psicoanalista. Como vemos, Lacan deja espacio para el libre arbitrio; lo que es un peligro puede ser también una suerte.
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UN LOCO SORPRENDENTE: EL MAGISTRADO SCHREBER, PROMETIDO A DIOS EN MATRIMONIO
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CHUANG TZU, O EL YO ATRAPADO EN UN CAZAMARIPOSAS
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Corinne Maier / Capítulo VI de Preocuparse es divertido.
Traductora: Zoraida de Torres Burgos

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