Pinter tiene el trozo de razón que le corresponde. Su discurso es magnífico y veraz. Habla con el convencimiento y el argumentario de una vieja izquierda que ha desaparecido o mejor, que ha callado disuelta en la desventura de la desesperanza. No hablo de la izquierda organizada sino del ánimo de izquierdas en la vida común. Antes de la ejecución de los Rosenberg, antes de "la caza de brujas", durante el New Deal en los Estados Unidos, ser de izuqierdas era una convicción moral. Todo eso y lo que ha seguido lo sabemos y en ocasiones incluso a algunos o a muchos, a muchísimos, puede llegar a conmoverlos (prefiero no personalizarme para no acercar el sujeto al tema). Las culturas y las civilizaciones, en contradicción dialéctica, han progresado hacia el bien o hacia el mal (que todo es progreso) y han alimentado fanatismo sin cuento (aquí mismo y ahora) y horrendas carnicerias (aquí al lado y ayer mismo), pero deberemos tener en cuenta que debajo del brazo de cada víctima, como debajo del brazo de cada verdugo, se guarda un compendio moral que justifica. El mundo es así, y aunque no sea excusa para no aceptar lo que denuncia Pinter tampoco es excusa para abandonar el rearme moral que pertenece a cada individuo, estrictamente a cada uno de los que piensan cuando miran a su alrededor: "¿esto está bien?" Los enemigos de los malos no siempre son buenos y lo que llama Hanna Arendt "la banalidad del mal" está más extendida de lo que parece. El encantador amor de mi vida es un maltratador o mi mujer golpea a los niños. ¿Soy yo justo? La respuesta no está en el viento, sino en uno mismo. En 1937 llegaron a la guerra civil española, al lado de la República (de la que, moralmente, muy poco quedaba de ella misma) una serie de hombres de todo el mundo que emprendieron el camino a nivel individual. Al otro lado vinieron batallones organizados procedentes del Reich alemán y de la Italia fascista. De EEUU ´se formó una brigada, la Lincon, de jóvenes individuos, amigos, personas una a una, que decidieron enfrentarse a lo que ellos creían "lo malo" Esa es la actitud, la de cada uno. Pinter lo hace. ¿Quien más lo hace? No se trata de transformar a la sociedad sino de ser, integramente, justo, o lo más justom posible, que demasiada pureza salpica (mucho Robespierre salvador anda suelto por ahí). Y para acabar el rollo (es que no puedo resistir el influjo del teclado) recomiendo la lectura de "Cartas a un amigo alemán" de Albert Camús. Serie de cartas escritas durante 1943 a 1945, y publicadas en el clandestino Combat, en París, durante la ocupación alemana, dan una envidiable lección moral sobre la manera en la que debemos sentarnos ante nuestro enemigo. Face to face.
No puedo con los deberes, profe. Todo el mundo se empeña en ponernos deberes, y, claro, no da tiempo a todo. El discurso de Printer ya lo tengo leído. A mí me parece que les da en todo el ojo a unos cuantos y, claro, oyes, pues que no gusta... A mí, sí que me gustó.
Ya sé que no me pones deberes, pero como yo soy tan, tan disciplinada,amén de curiosa, pues, que me pones estos textos que me interesan muchísimo, pero que no puedo dedicarles el tiempo que me apetecería (sobre todo porque desperdicio una buena parte del que dispongo moneando -en vez de trabajar en mis asuntos pendientes-, y luego me entran unas prisas, unos agobios y unos remordimientos, que no me dejan vivir, mecagüenmimanto).
Pues que yo leo y voy digiriendo, como la penúltima vez que enmudecí me recordaron que justamente tenía que hacer lo contrario, no me callo. Digo yo...tres cosas -dos no son mías, pero las digo- 1) la revolución empieza por uno mismo 2)al enemigo puente de plata 3) A Camús y sus cartas me lo apunto en el apartado "DEBE" leerse, ya no me da el día y me entran los agobios de las compis de arriba -que una es solidaria, también para los agobios, sí-
7 comentarios:
Es magnífico.
Pinter tiene el trozo de razón que le corresponde. Su discurso es magnífico y veraz. Habla con el convencimiento y el argumentario de una vieja izquierda que ha desaparecido o mejor, que ha callado disuelta en la desventura de la desesperanza. No hablo de la izquierda organizada sino del ánimo de izquierdas en la vida común. Antes de la ejecución de los Rosenberg, antes de "la caza de brujas", durante el New Deal en los Estados Unidos, ser de izuqierdas era una convicción moral. Todo eso y lo que ha seguido lo sabemos y en ocasiones incluso a algunos o a muchos, a muchísimos, puede llegar a conmoverlos (prefiero no personalizarme para no acercar el sujeto al tema). Las culturas y las civilizaciones, en contradicción dialéctica, han progresado hacia el bien o hacia el mal (que todo es progreso) y han alimentado fanatismo sin cuento (aquí mismo y ahora) y horrendas carnicerias (aquí al lado y ayer mismo), pero deberemos tener en cuenta que debajo del brazo de cada víctima, como debajo del brazo de cada verdugo, se guarda un compendio moral que justifica. El mundo es así, y aunque no sea excusa para no aceptar lo que denuncia Pinter tampoco es excusa para abandonar el rearme moral que pertenece a cada individuo, estrictamente a cada uno de los que piensan cuando miran a su alrededor: "¿esto está bien?" Los enemigos de los malos no siempre son buenos y lo que llama Hanna Arendt "la banalidad del mal" está más extendida de lo que parece. El encantador amor de mi vida es un maltratador o mi mujer golpea a los niños. ¿Soy yo justo? La respuesta no está en el viento, sino en uno mismo. En 1937 llegaron a la guerra civil española, al lado de la República (de la que, moralmente, muy poco quedaba de ella misma) una serie de hombres de todo el mundo que emprendieron el camino a nivel individual. Al otro lado vinieron batallones organizados procedentes del Reich alemán y de la Italia fascista. De EEUU ´se formó una brigada, la Lincon, de jóvenes individuos, amigos, personas una a una, que decidieron enfrentarse a lo que ellos creían "lo malo" Esa es la actitud, la de cada uno. Pinter lo hace. ¿Quien más lo hace? No se trata de transformar a la sociedad sino de ser, integramente, justo, o lo más justom posible, que demasiada pureza salpica (mucho Robespierre salvador anda suelto por ahí). Y para acabar el rollo (es que no puedo resistir el influjo del teclado) recomiendo la lectura de "Cartas a un amigo alemán" de Albert Camús. Serie de cartas escritas durante 1943 a 1945, y publicadas en el clandestino Combat, en París, durante la ocupación alemana, dan una envidiable lección moral sobre la manera en la que debemos sentarnos ante nuestro enemigo. Face to face.
No puedo con los deberes, profe. Todo el mundo se empeña en ponernos deberes, y, claro, no da tiempo a todo.
El discurso de Printer ya lo tengo leído. A mí me parece que les da en todo el ojo a unos cuantos y, claro, oyes, pues que no gusta...
A mí, sí que me gustó.
Ya sé que no me pones deberes, pero como yo soy tan, tan disciplinada,amén de curiosa, pues, que me pones estos textos que me interesan muchísimo, pero que no puedo dedicarles el tiempo que me apetecería (sobre todo porque desperdicio una buena parte del que dispongo moneando -en vez de trabajar en mis asuntos pendientes-, y luego me entran unas prisas, unos agobios y unos remordimientos, que no me dejan vivir, mecagüenmimanto).
Pues yo estoy igual, igual igual, igual que tú. Qué bien que me has retaratado, Tú ves!!
Pues que yo leo y voy digiriendo, como la penúltima vez que enmudecí me recordaron que justamente tenía que hacer lo contrario, no me callo. Digo yo...tres cosas -dos no son mías, pero las digo- 1) la revolución empieza por uno mismo 2)al enemigo puente de plata
3) A Camús y sus cartas me lo apunto en el apartado "DEBE" leerse, ya no me da el día y me entran los agobios de las compis de arriba -que una es solidaria, también para los agobios, sí-
Lo siento, me he excedido.
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